Las palabras existen por y para algo, denominan realidades, conceptos, ideas y permiten que nos comuniquemos, que aprendamos y crezcamos. Estructuran nuestro pensamiento y nos posibilitan intercambiar conocimiento, opinión, quejas, sentimientos, halagos, dudas... Y es bueno que creamos en ellas, que conozcamos su poder. Porque las palabras evolucionan con nosotros y nos ayudan a entender el mundo y a posicionarnos en él.

Últimamente oigo mucho lo de «feminazi», la mayoría de las veces de boca de hombres, es así, pero lo cierto es que está muy extendida. Este término, no sé si lo saben, se creó para insultar y ridiculizar, para dar una imagen de totalitarias, violentas e intransigentes a las mujeres que defienden la igualdad. Eres una feminazi, sobre todo, si has decidido compartir sin complejos esa faceta tuya y si expresas con claridad, contundencia y orgullo que eres feminista. Y si usas lo del patriarcado, entonces, ya eres una super feminazi.

Por suerte, como ya se hiciera con el ‘feminismo’, las mujeres en esta lucha nos estamos apropiando de ese término y decimos a boca llena: «Sí, soy feminazi». Porque sí: somos las que no se van a callar aunque traten de insultarnos por señalar los privilegios de ellos sobre ellas. Porque quien queda retratado es el que recupera el vocablo ‘nazi’ para referirse a una lucha tan necesaria como esta.

Ya ocurrió en el siglo XIX cuando Alejandro Dumas hijo usó el (entonces) neologismo ‘feminismo’ de manera despectiva para referirse a las mujeres que, entonces, combatían por sus derechos. Ellas fueron hábiles y se apoderaron del término. Consiguieron que la narrativa que trataba de ridiculizarlas e insultarlas no surtiera efecto. Porque ellas dijeron: «Todo eso que desprecias y teméis, sí, todo eso somos». Y el feminismo se hizo grande. Pues bien, ahora, es el tiempo de las feminazis.

Nuestra época se está llenando de olas de insultos y desprestigios constantes y dentro de este océano de corrientes destructivas, hay una que ataca y pone en duda la importancia de la palabra. Como si ya no hubiera manera de decir lo que uno quiere decir, como si no se pudiera confiar en el lenguaje y la dicotomía se resumiera a lo políticamente correcto o la mentira. Y lo cierto es que existen conceptos llenos de historia, de pasión y vida, llenos de verdad y significado. Porque las palabras constituyen una de nuestras mayores riquezas y de las armas más poderosas de cambio y creación. El que tiene la palabra tiene voz, el que tiene la palabra puede expresarse y ser oído. El lenguaje nos empodera. No permitamos que nos hagan dudar de ello.