La denominada operación Cataluña no es un asunto ni mucho menos menor. La implicación de fuerzas de seguridad del Estado en el intento de desacreditar el independentismo en Cataluña con acusaciones de corrupción exageradas o directamente falsas es un escándalo que merece una condena sin paliativos y una investigación que llegue hasta las últimas consecuencias.

Uno de los capítulos más graves de este serial, sobre lo que se conoce como las cloacas del Estado, en el que aparecen personajes tan chuscos como el excomisario Eugenio Pino es el de las grabaciones de conversaciones privadas entre los entonces ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, y el director de la Oficina Antifraude de Cataluña, Daniel de Alfonso. El contenido de esas grabaciones, su tono y la ligereza con la que se tratan asuntos tan delicados como los recortes sanitarios son indignantes y deben ser aclarados. ¿Cuánto sabía de la operación Cataluña Fernández Díaz? ¿Fue la utilización de la policía con fines políticos una estrategia diseñada desde el Ejecutivo? Son preguntas pertinentes que no encontraron respuesta en la comparecencia en el Congreso de Fernández Díaz y De Alfonso.

Una idea sí resulta evidente: pese a que la grabación de conversaciones privadas (¡en el despacho de un ministro!) y su posterior difusión no son actos aceptables, tanto Fernández Díaz como De Alfonso distan mucho de ser víctimas en este escándalo. Eso sí, y por desgracia, sus comparecencias no sirvieron para arrojar luz en este caso.

No ayuda que algunos rehúyan su responsabilidad como diputados en Cortes y conviertan estas comparecencias -y, en general, el trabajo en el Parlamento nacional- en un espectáculo concebido para impactar en medios y redes sociales. De un tiempo a esta parte el Congreso de los Diputados está dejando de ser el lugar en el que debatir y confrontar ideas y propuestas para convertirse en un gallinero, donde se da un diálogo para sordos repleto de lugares comunes, improperios, frases pensadas para ser trending topic y formas que no son agresivas, sino simplemente groseras.

La agresividad oratoria forma parte de la más sólida tradición parlamentaria; el posturismo solo sirve para convencer a los propios y alejar a los ciudadanos de la política. Así no se investigan las cloacas del Estado.