Ron Dennis, máximo responsable de la escudería McLaren-Mercedes, y Fernando Alonso, bicampeón del mundo de F-1, llegaron ayer a un acuerdo para poner punto final a su tempestuosa relación, en la que solo hay perdedores. Pese a los muchos éxitos de esta temporada, incluidos los triunfos de Hamilton, lo cierto es que el campeonato se saldó con una lluvia de desgracias sobre todo el equipo: Dennis perdió por sanción federativa el título más preciado (el de constructores); su escudería fue multada con 70 millones de euros; Hamilton, protegido de Dennis, no logró coronar con el título la mejor temporada de la historia de un debutante, y el bicampeón ha tenido que salir por piernas de una de las escuderías más prestigiosas de la F-1.

Podríamos buscar culpables y los encontraríamos por todas partes. Dennis no ha sabido manejar la situación pese a su experiencia. El único pecado de Hamilton ha sido ser muchísimo mejor de lo que preveía, no solo su jefe, sino también su nuevo compañero, Alonso, que empezó a temerse lo peor y a ponerse nervioso. Y al bicampeón le faltó mano izquierda para utilizar mejor sus armas y, sobre todo, plasmar en el contrato que debía de recibir trato de bicampeón, cosa que, como no estaba escrita, Dennis obvió.

Aun así, debe reconocerse a Dennis un gesto que le honra: ha facilitado el final del litigio, presionado, sin duda, por la firma Mercedes y por Emilio Botín, dueño del Banco Santander, su principal patrocinador. Acaso se trate de una nueva derrota de McLaren, pero es una gran victoria de la F-1. El aterrizaje de Alonso en un equipo competitivo y ganador animará aún más el próximo campeonato.