Ray (en realidad Jorge) Loriga, novelista madrileño fascinado por la mitología del rock, enumera en Héroes las cosas más tristes que conoce, y entre «la estupidez de los domingos» y «las conversaciones del taxista», incluye «Cáceres». La agente Chamorro, en El alquimista impaciente de Lorenzo Silva, se plantea pedir destino en Cáceres para huir del agobio madrileño. José Antonio Leal Canales sitúa El testimonio del becario en Parada, ciudad ficticia demasiado parecida a Cáceres. ¿Triste, tranquila, parada? Peor imagen querrán dar quienes permitieron que el nuevo tanatorio se ubique frente a la estación de autobuses, de modo que será lo primero que vea quien visite nuestra ciudad.

Desde que los estudiantes, con el botellón prohibido y el campus a las afueras, apenas se perciben en la ciudad, y que la vida cultural, excepto citas oficiales (feria del libro, festival de teatro, Womad) vegeta salvo por dos o tres voluntariosas asociaciones, Cáceres es para muchos una ciudad aburrida, donde uno de los dos cines que había se reconvirtió en un Zara y donde los jóvenes prefieren pasar el fin de semana en su pueblo o en Madrid o en Salamanca. No hay cacereño que no blasone del casco antiguo, pero salvo cuando se monta allí algo (el mercado medieval, el festival de blues) nadie pasea por éste salvo los turistas, y han tenido que venir productoras americanas (a las que sale más barato rodar aquí que en Barcelona o la Toscana) para que miren de nuevo a las torres de San Francisco Javier o la Concatedral de Santa María. Los habitantes de Praga llaman a Brno, segunda urbe del país, «la ciudad aburrida». Nuda v Brno (Aburrimiento en Brno), subtitulada al español por Frantisek Dratva, un profesor checo enamorado de Extremadura, ironiza desde el título, pues la vida de sus excéntricos personajes es todo menos aburrida. Me dicen que hay alguien trabajando en un libro sobre la movida cacereña, pues ésta formó parte, junto a la de Vigo y la madrileña, de aquel movimiento inesperado, ahora ya casi olvidado salvo por sus protagonistas. Fervor de Buenos Aires llamó Jorge Luis Borges a su primer libro de poemas. Hay también un fervor de Cáceres, una magia especial y soterrada en esta ciudad de las inminencias, un secreto que han avizorado desde distintos prismas escritores como Javier Pérez Walias en La ciudad, Juan Manuel de Prada en Cáceres bajo la lluvia o Basilio Sánchez en varios de sus poemas, pero del que casi nunca somos conscientes. Sigue siendo ésta una ciudad de potencialidades que siguen sin explorar, a la espera de un despertar.