Como era previsible, la conferencia reunida ayer en Roma fracasó en su objetivo de lograr un alto el fuego en el Líbano. Los delegados se comprometieron a trabajar por el fin de la violencia y en favor del envío de una fuerza internacional, como no podía ser de otra manera. Pero ni exigieron el final de los combates ni dieron detalles sobre el despliegue de una fuerza de paz que muchos líderes aseguran desear, pero que muy pocos están dispuestos a patrocinar.

La principal discrepancia concierne al cese de hostilidades, que el comunicado final define como "duradero, permanente y sostenible", tríptico retórico que enfrentó a Estados Unidos, pendiente de las exigencias de Israel, con los países europeos más sensibles a la urgencia de acabar con la ofensiva israelí. Las discusiones sobre el mandato de la fuerza de paz se reanudarán "en los próximos días", una imprecisión que refleja la enloquecida situación sobre el terreno, con Hizbulá resistiendo más de lo previsto, el Ejército israelí atascado en un terreno hostil, del que ya se retiró en el 2000, y la parálisis diplomática causada por lo que Israel y EEUU consideran un combate contra el islamismo teledirigido desde Damasco o Teherán. En suma, al supeditar la acción internacional a las exigencias militares israelís, se aleja del escenario la perspectiva de una solución política global en el Líbano para detener la carnicería. Por eso la conferencia de Roma no es solo un fiasco, sino otra ocasión perdida.