La reunión de los antiindependentistas celebrada el pasado domingo en Tarragona no deja lugar a especulaciones matemáticas. Mientras los separatistass congregados en Barcelona superaron la cifra del medio millón, las pocas miles de personas reunidas en torno a las ruinas romanas de Tarragona a favor de la unidad nacional se perciben como una moderna revisión de David contra Goliath . Pero en la vida real, que siempre juega a la inversa, es Goliat quien acaba con la vida del valiente David, no con un tirachinas ni con la fuerza bruta sino con el arma de la ficción.

Aunque leemos poco, los españoles somos adictos a la ficción. Nos gusta lo que no tenemos, porque lo conocido, ay, puede romper el hechizo, mientras que a lo nuevo aún no le ha dado tiempo a desinflar nuestros sueños y podría traernos un pedazo de cielo. Vivan las ensoñaciones. Preferimos Podemos a un partido de propuestas realistas, el independentismo a la cohesión nacional, la República (a cuya presidencia podría acceder cualquier ciudadano) a la Corona (que es cosa de cuatro gatos), preferimos movernos sobre la escoba de una bruja que ir andando, preferimos las ficciones colectivas a las ficciones individuales. ("Que inventen ellos", Unamuno dixit). Y no hay nada más ficticio ni colectivo que el independentismo, esa ficción que políticos astutos le cuentan a un pueblo deseoso de escuchar cuentos.

La Diada supone una clara manifestación a favor del independentismo y a favor de la dependencia... dependencia a la ficción. Quien pretenda hacer política en España apelando a la realidad y rechazando la ficción está condenado al fracaso.