XCxuando a finales de los años 70 se derrumbó la carcomida estructura centralista, surgió una España autonómica con suficiente grado de imprecisión como para que los nuevos poderes emergentes asumieran un protagonismo que pocos habían imaginado. El "café para todos" se compensó con las diferentes velocidades que se impuso al proceso autonómico, en función, sobre todo, del grado de conciencia y consciencia presumible o presente en los individuos de una determinada comunidad. Allí donde resultaran imperceptibles los signos de conciencia regional, se presuponía una insuficiente capacidad para gestionar autónomamente los asuntos propios, con lo que el nivel de competencias transferibles, es decir, la autonomía, además de dosificarse cuidadosamente en el tiempo, debería ser al principio la menor de las posibles.

Planteadas así las cosas, en las regiones menos desarrolladas, como Extremadura, para aumentar el grado de su autonomía, o lo que es lo mismo, para reclamar y asumir la gestión de un número cada vez mayor de competencias, resultaba necesario potenciar la conciencia de pertenencia así como la capacitación de sus habitantes. Tan importante reto transformador sería asumido, casi exclusivamente, por políticos reconvertidos en paladines "regionalistas", que con relativa facilidad alcanzaban cargos de representación regional. Al principio, acometieron la tarea con entusiasmo y voluntarismo, cometiendo no pocas equivocaciones y tropiezos, perdonables e incluso justificables. Fue en ese contexto en el que surgió la idea de crear y potenciar símbolos y vínculos comunitarios, como la conmemoración del Día de Extremadura, primero en Guadalupe, luego en Trujillo, y finalmente, con un cambio sustancial de formato, en Mérida, donde las concentraciones multitudinarias festivo-reivindicativas acabarían siendo sustituidas por la parafernalia y el boato institucional. Al principio, lo fundamental era hacer pública ostentación de espíritu regional y calibrar el incremento de la conciencia extremeñista, auténtica savia vivificadora de la nueva clase política regional, nada preocupada porque con la consciencia pudiera también incrementarse el nivel de exigencias de los ciudadanos, pues allí estaban ellos para encauzar esas reivindicaciones "en beneficio siempre de Extremadura".

Pero sucedió un año, el mítico 1992, en que el presidente de la Junta apenas pudo pronunciar su improvisado discurso en la plaza trujillana, erigida en capital espiritual de Extremadura: las voces de un significativo grupo de discrepantes clamaban alto y fuerte contra la que consideraban una concepción exclusivista y partidista del día de todos los extremeños. Las críticas y las exigencias que canónicamente debían encauzarse hacia la ciudad del Manzanares o a la situada entre el Besos y el Llobregat, se dirigían ahora contra los políticos e instituciones asentados en la bimilenaria y extremeña ciudad bañada por el Guadiana.

Un año más tarde, desde la capital administrativa de Extremadura, y con indisimulada ironía, el presidente aseguraba a los extremeños que la fiesta trujillana del 8 de septiembre "había muerto de éxito", y que ahora lo que se necesitaba era un "extremeñismo no gritón y sí bien asentado", (¿tan respetuoso como disperso?). Daba la impresión de que las concentraciones multitudinarias --se llegó a alcanzar la cifra de cien mil personas-- resultaban ahora inconvenientes --¿peligrosas?-- para el mismo poder regional que ni en sueños se imaginó con tamaña capacidad de convocatoria. En realidad, se había transgredido una norma implícitamente contenida en el modelo autonómico: el saludable inconformismo y la deseable concienciación nunca debían cuestionar al poder regional establecido, celoso depositario de las esencias extremeñas. Aunque nadie lo dijera expresamente, en las esferas próximas al poder regional resultaba inconcebible que la autonomía se esgrimiera contra "nosotros", en lugar de "frente a los otros". Y así fue como el de Extremadura, de verbenero y popular, se convirtió en un día de etiqueta. En consonancia con estas reflexiones --sobre la conciencia, la capacidad, el conformismo y la responsabilidad-- y transcurridos ya más de veinte años de la aprobación del Estatuto, miro a Extremadura y veo... pero... ¿Y ustedes?... ¿qué ven?

*Profesor de Historia

Contemporánea de la UEX