XMxientras los jóvenes africanos caen como peces enredados en las indomables aguas del océano, víctimas de un desesperado intento por sobrevivir, y los franceses toman las calles de París, y cierran universidades e institutos contra la reforma laboral y su nuevo Contrato de Primer Empleo, en nuestro país, el eco de la inquietud por los hábitos lúdicos de los jóvenes españoles salta a las primeras páginas de la prensa.

Los hábitos de vida de nuestros adolescentes y jóvenes han estado desde siempre en el punto de mira, y tratar de canalizar sus diversiones ha sido un objetivo del interés de todas las administraciones. Sin embargo este súbito desasosiego, este revuelo mediático que vienen suscitando los macrobotellones , sólo puede explicarse por la inmediatez con que los medios de comunicación universalizan los mensajes, satinando de blanco, o de negro, los multicolores matices de la realidad.

Hay quien piensa que los jóvenes actuales, en su totalidad, no tienen otra inquietud que ponerse ciegos de alcohol y drogas por las noches, para dedicarse, carentes de toda identidad, en su embriaguez, a destrozar el mobiliario urbano y reventar escaparates, molestando con sus estrepitosos ruidos a los insomnes vecinos hasta que la resaca cierra sus ojos al clarear el día. Nada más lejos de la realidad. Para empezar hay que aclarar que ni todos los jóvenes van al botellón --sólo una minoría de ellos--, ni todos los que lo frecuentan son jóvenes; y en segundo lugar, que el porcentaje de asistentes a dichos encuentros que se emborrachan y drogan vehementemente, hasta perder el control, es mínimo.

Quiero salir en defensa de la juventud, porque aunque siento, como todos, la tentación de creer que los jóvenes de mi generación fuimos los mejores, estoy absolutamente convencida que tanto los de ahora como los de antes, hemos sido fruto de nuestra cultura, y el reflejo de unas costumbres arrastradas desde los albores de nuestra historia.

La costumbre de consumir bebidas alcohólicas está tan arraigada en nosotros que hasta hace muy poco el vino dulce --de Quina-- se les daba a los niños enfermizos para abrirles el apetito , e incluso a los más débiles se le mezclaba con una yema de huevo y azúcar. Igual que el coñac con leche y miel era uno de los tratamientos sintomáticos más frecuentes contra los estados gripales. Actualmente, en muchos informes médicos se recomienda acompañar la comida con una copa de buen tinto, por los efectos beneficiosos de sus taninos sobre el sistema circulatorio, como vasodilatador y anti-inflamatorio, o del resveratrol como antioxidante.

Vivimos en la cultura del vino. La vid es uno de los cultivos básicos de la agricultura mediterránea, y aunque actualmente son factibles utilizaciones alternativas del producto --usando, por ejemplo, el alcohol como combustible--, la mayor parte de la uva recogida se destina a producir directamente vino, o a obtener alcohol para agregar a otras bebidas. Nuestras playas son un hervidero de chiringuitos en verano, y las solemnes plazas de las ciudades y pueblos del interior están abarrotadas de terrazas. Como dice Joaquín Sabina , hay más bares en Antón Martín, que en toda Noruega.

Preocupémonos, en general, por el consumo abusivo de alcohol y otras drogas, su pernicioso efecto sobre la salud, y las consecuencias indeseables que el estado de embriaguez acarrea, pudiendo desembocar en tragedias, como accidentes de tráfico, o intoxicaciones severas, pero no nos escandalicemos de que nuestros hijos organicen movidas para divertirse --hablar, oír música, coquetear, etcétera-- con la gente de su edad, en un país donde la gran mayoría de las fiestas oficiales no podrían entenderse de otra manera. ¿Se imaginan la feria de Sevilla sin fino , el Rocío sin manzanilla , los San Fermines sin chiquitos , y todas las tradicionales fiestas populares de las que tan orgullosos nos sentimos, como los Carnavales de Cádiz, o las Fallas de Valencia, sin alcohol? ¿Qué sería de bares y terrazas si se les prohibiera la venta de bebidas alcohólicas? Admitamos que el consumo moderado de esta droga forma parte de nuestra cultura, al igual que el hábito de echarse a la calle en manada con motivo de cualquier festividad. Lo hemos visto desde niños, y nuestros hijos lo han aprendido de igual modo. ¿Como explicarles a los jóvenes que en Nochevieja es correcto trasnochar, y beber a discreción, o en la feria de mayo , pero no cuando a ellos les interesa? ¿Cómo pretender que entiendan que un ayuntamiento puede organizar un macrobotellón oficialmente, como la fiesta de la Barbacoa de Cádiz con motivo del Trofeo Carranza, que reúne a más de 100.000 personas en varios kilómetros de playa, o que las verbenas típicas populares, barra incluida, son buenas puesto que fomentan la convivencia entre los miembros de una misma comunidad, y que en ellas se puede bailar o beber, incluso abusar de los decibelios, con permiso de los ayuntamientos --y ante la impotencia de los indefensos vecinos--, pero que el botellón es malo? ¿Cómo podemos justificar ante ellos, mezclando unos cuantos conceptos, que emborracharse en una discoteca, en un bar, o en una terraza es menos dañino que hacerlo por su cuenta, en la calle, aunque eso sí, infinitamente más caro?

Indudablemente hay que ofrecer alternativas, y generar en la juventud otro tipo de preocupaciones, fomentando su espíritu crítico, pero desde una perspectiva práctica tenemos que asumir que los jóvenes, muchos mayores de edad, van a seguir reuniéndose, y la represión no es la respuesta. Hay que solucionar, por un lado, los problemas del ruido, de las basuras, o de la suciedad incontrolada que generan la concentración de un gran número de personas con medidas estratégicas, como una ubicación idónea con instalaciones adecuadas; y por otro, prevenir las posibles consecuencias negativas que en alguna ocasión pueden aparecer asociadas a este tipo de fiestas y concentraciones, paliándolas con los recursos indicados, como vigilancia, controles de alcoholemia, autobuses, y todos los servicios habituales en este tipo de fiestas, que no son tan distintas del temido e impopular macrobotellón.

*Profesora de Secundaria