Quienes eran partidarios, en otros tiempos, de la transparencia hasta en la cloacas del Estado, están escandalizados por la publicación de los documentos proporcionados por Wikileaks.

Lo que caracteriza a la era de las comunicaciones es la dificultad de esconder los hechos, porque las redes son capaces de perforar cada vez con más eficacia los muros del secretismo. Las razones de Estado son, en general, las coartadas sucesivas para ejercer la contraética desde el poder. Lo estamos viendo en este gobierno socialista en su posición en la crisis del Sáhara.

Es cierto que lo que se está conociendo se suponía. La diplomacia, siempre, ha sido la mixtura de la política con el espionaje. Y que los diplomáticos son espías de baja intensidad es un hecho innegable.

Lo que ocurre es que ver negro sobre blanco lo que uno suponía tiene un gran valor de movilización interior. A nadie puede sorprender que el Departamento de Estado se preocupe por la salud mental de Cristina Fernández de Kirchner , pero resulta, cuando menos divertido, que sus principales colaboradores hablen de ella y de su difunto marido de la forma que lo hacen delante de diplomáticos norteamericanos. Que Zapatero es cortoplacista no es un descubrimiento deslumbrante, pero es interesante conocer estos juicios emitidos en nota oficial.

Hay un problema derivado de estas publicaciones: a partir de ahora, los gobiernos ocultarán más sus miserias, sus indiscreciones y el relato de la cruda realidad desde su punto de vista. Y no hay que esperar a que se desclasifiquen documentos: todos sabíamos que Henry Kissinger auspició, protegió y colaboró con los crímenes de la dictadura de Pinochet , pero hemos tenido que esperar muchos años para conocer los documentos que lo certifican. Al final no hay mucha diferencia porque estos villanos que actúan en la impunidad del secreto, cuando se conocen sus hechos, no son juzgados porque las razones de estado protegen a los mayores criminales. Es formidable que conozcamos la labor de los diplomáticos espías en tiempo real.