Diputado del PSOE al Congreso por Badajoz

La fase iraquí de la guerra de Oriente Medio se acerca a su fin, y los tanques norteamericanos ya enseñorean Bagdad, después del tiempo deseado por algunos y antes del previsto por otros. El que la resistencia de este o aquel núcleo se prolongue más o menos no puede ser óbice para asumir la evidencia de que la batalla de Irak se está culminando y sus consecuencias, quiérase o no, también. Las bolsas mundiales, siempre muy avisadas en estas cuestiones ya se han dado por enteradas. A los demás nos queda el dolor por los muertos próximos y lejanos, los de un bando y los de otro, víctimas todos de una arcaica costumbre humana de resolver a veces nuestros conflictos, vía una violencia ciega que llamamos guerra.

A la clase política corresponde ahora la insoslayable responsabilidad de posicionarse ante una compleja posguerra, defendiendo desde los valores éticos, pero con pragmatismo, aquellas posiciones que eviten más dolor y propicien un respiro a las atormentadas poblaciones de Oriente Medio, sobre las que se siguen cerniendo los más negros nubarrones. Porque cuesta mucho creer que el León de Judá no aproveche la ocasión para rugir, atacando a la vecina y enemiga Siria. De los sufridos palestinos, ¿qué decir? Y mejor no acordarse del viejo pleito entre maronitas y musulmanes en el Líbano. Lo de los kurdos es harina de otro costal, pero sus problemas están también ahí, para animar este calidoscopio de la guerra que parece sacado de los caprichos pintados por el pincel más negro de Goya.

Nosotros los españoles, en esta intrincada tesitura, jugamos un muy modesto papel, aunque el Gobierno se empeñe en ser figurante o telonero. Es más, ninguna nación europea por sí sola juega nada. El papel del Reino Unido de Gran Bretaña se debe mucho más a lazos culturales e históricos que a su peso real económico-militar, siendo éste nada despreciable en comparación con el nuestro. De pesar algo, cosa muy distinta a decidir algo, sería la UE como tal y sin fisuras. Lo que pasa por la reconsideración de todas las posiciones habidas hasta ahora, ya que el empecinamiento en mantenerlas tan sólo puede conducir a ahondar las divisiones, privando a la UE del peso que debe tener y que debe ejercerlo preferentemente en el marco de la ONU.

En otro orden de cosas, pero muy conectado con los sentimientos que este conflicto produce, se manifiestan excesos intolerables en puntualísimas y contadísimas conductas. Aquello de que hay que odiar el pecado pero tender la mano al pecador está no sólo en la tradición cristiana, sino en la filosofía más profunda que alimenta a la izquierda democrática. La de Fidel Castro es otra cosa, que por ejemplo no duda aprovechar el río revuelto para encarcelar a sus opositores. Por ello me niego rotundamente a que esta trágica guerra y el bochornoso posicionamiento de nuestro Gobierno pueda dividir a nuestra sociedad, aunque sea muy asimétricamente, en bandos irreconocibles. No es ajeno a esta tensión el propio Aznar, incapaz del menor gesto, alguno tan justo y emblemático como el de pedir aclaraciones a Estados Unidos por la muerte de los dos periodistas españoles.

Nada se crea ahondando divisiones, alimentando resentimientos o resucitando espectros del pasado que bien enterrados están. Y nadie me va a convertir a un miembro del PP o de cualquier otra formación democrática, de adversario político en enemigo personal.

No son tiempos de vinos y rosas y pésimo sería transformarlos en vinagre y espinos.