TQtuién puede, en su sano juicio, cerrarse a la posibilidad del fin definitivo de la violencia etarra? Pues según parece, bastantes, tantos como arguyen que cualquier clase de negociación con la banda armada equivaldría a una claudicación del Estado frente a ella y, en consecuencia, con tan peregrina y desalentadora idea, prevén un futuro de ex-asesinos sueltos por la calle o, lo que es peor, ocupando cargos públicos y escaños parlamentarios. Creen, los que así piensan, que la acción policial por sí sola puede lograr lo que no consiguió en treinta años, mas por esa misma creencia parecen asumir como inevitable más muertos, más víctimas, más extorsionados, más terror, hasta que ese día feliz e improbable de la absoluta victoria policial llegue. Semejante contradicción de los que, defendiendo tanto a las víctimas del terrorismo como dicen, consideran inevitable lo que no lo es, que haya en el futuro más víctimas precisamente. Estos pretenden imponerse a la voluntad mayoritaria que estima como más razonable que ETA anuncie el abandono de las armas como paso previo y esencial para las negociaciones que establecerían la integración en el ámbito civilizado y común de la ley y la democracia de los instalados hasta hoy en la marginalidad y la violencia.

ETA no mata desde hace casi tres años. En el mundo que simpatiza con ella parece haber prendido algún género de pragmatismo y de lucidez, y el Gobierno actual, contrario a los métodos del anterior basados en acudir a los incendios con latas de gasolina, cree con buen sentido que se dan las condiciones óptimas para emprender con éxito, de una vez por todas, el camino de la paz, que si bien ha de ser arduo y doloroso, y en su recorrido habremos de tragar algunos sapos y culebras, concluirá con el fin de ese género de criminalidad que tanto sufrimiento ha generado y tanto ha distorsionado la vida política de nuestro país. ¿A qué, pues, esa obstinación de algunos en negarse a intentarlo siquiera?

*Periodista