Notario

La noche del 27 de abril, Carlos Menem experimentó el sabor amargo de una victoria exigua. Los sondeos inmediatos anunciaron el inexorable ascenso de su contrincante Néstor Kirchner en las elecciones presidenciales argentinas. La razón de esta derrota anunciada no se halla en las intrigas del actual presidente --el también peronista Duhalde--, enemigo declarado de Menem desde que éste impidió --en 1999-- que Duhalde le sucediese en la presidencia, propiciando así la victoria del radical Fernando de la Rúa. El auténtico motivo de la previsible victoria de Kirchner está en que Menem concentra en su persona el más alto índice de rechazo popular de toda la vieja clase política argentina, debido tanto al nivel de corrupción de sus gobiernos, como su estilo político, mezcla de populismo estentóreo, personalismo agresivo y acción sin escrúpulos.

Al día siguiente de su victoria en la primera vuelta, surgieron las primeras voces que le aconsejaban la retirada, con el fin de preservar su halo de invencible y posibilitar su continuidad política. Pero también apuntaron otras voces más sensatas, que destacaban como el abandono del candidato asestaría un duro golpe a las instituciones y supondría un fin abyecto para el expresidente. En medio de estas opiniones opuestas, Menem fue fiel a su estilo y mantuvo la incertidumbre hasta que, casi al final del proceso, anunció su retirada, con estas palabras: "¡Qué Kirchner se quede con el 22% de los votos, yo me quedo con el pueblo!". Lo que revela su fraudulento propósito de debilitar la posición del nuevo presidente, al evitar que reciba el respaldo de la mayoría de los argentinos en la abortada segunda vuelta. ¡Digno final para un político ruin!