WAwrafat está a punto de desaparecer en un momento muy delicado. La ANP, el simulacro de Estado palestino, está en crisis, con una población ahogada tanto por la dura represión israelí como por la extendida corrupción de su propio régimen interno.

El rais no ha sido, posiblemente, un buen político desde su retorno triunfal a los territorios, en 1994. Pero desde los lejanos años 60 ha desempeñado un papel de líder carismático, impulsor de una esperanza de futuro para un pueblo que la había perdido. Ahora, el panorama está lleno de incógnitas. Al no haber dejado clara la sucesión, la disputarán la vieja guardia que llegó del exilio junto a su líder y los dirigentes del interior, más jóvenes y más vinculados a la realidad de los territorios. Y pueden jugar un papel desestabilizador los grupos radicales como Hamas. Si llegan a las manos, el resultado puede ser catastrófico. Arafat era el único líder palestino con capacidad de negociar con Israel, pero Sharon se la negó, certificando su muerte política. Ahora, con su muerte real desaparece también la excusa de que el problema era su persona. Tras la reelección de Bush y con la continuidad de Sharon, el futuro sigue siendo poco prometedor para los palestinos.