Periodista

Cuando llega Fitur y los políticos se ponen estupendos recordándonos que Extremadura es un paraíso, me acuerdo del lobero de Acebo, que se comía los linces, cazaba águilas porque le pagaban y apresaba lobos vivos para pasearlos en una carreta y recoger las propinas de los pastores de Gata y El Payo. Aunque los folletos y los documentales televisivos dibujen una Extremadura paradisíaca donde campea el águila, pesca el martín y nada la nutria en un entorno de libertad y sosiego, lo cierto es que el espíritu del lobero de Acebo sigue aún muy vivo. Muchos extremeños no acaban de comprender que los animales estén tan protegidos mientras ellos no pueden coger ranas ni ensartar lagartos.

Mis parientes cazadores se suben por las paredes cada vez que vuelven de sus batidas sin una perdiz ni una liebre y culpan de todo a la manía moderna de proteger águilas y aguiluchos que, aseguran, están acabando con todas las especies cinegéticas. "Cada vez hay más milanos y menos tórtolas", protestan en el café.

El meloncillo se ha convertido en una plaga por el mero hecho de que el pobre tiene una vida diurna y se le ve más. En Malpartida de Cáceres son legión quienes no acaban de entender que los Barruecos sea un espacio protegido. Hay ermitaños que espantan a las cigüeñas porque estiman que su única utilidad es estropear los tejados de las ermitas. En los pueblos temen la llegada de las golondrinas y el último invento para espantarlas es colocar discos compactos colgando de los alerones de los tejados. Incluso pájaros tan exclusivos y mimados por los documentales de la segunda cadena como las grullas y los cormoranes se han convertido en enemigos públicos.

Cada vez que me acerco al atardecer a Talaván a disfrutar del regreso de las grullas a sus dormideros, me encuentro con un pastor de la zona que las detesta porque no dejan ni una bellota para sus animales. Aunque la plaga de moda son los cormoranes. Estas anátidas que entusiasman a los ornitólogos no viven sólo en las playas marinas, sino que también han descubierto el encanto de los paraísos acuáticos extremeños. En el pantano de Valdecañas llega a haber 3.000 y cerca de Cáceres, en la cola del embalse de Molano de Arroyo de la Luz, se acaban de censar más de 200 que pasan la noche en los árboles del lugar y pescan durante el día en el río Pontones y en las charcas de la zona.

Cuando los americanos falsearon aquella imagen del cormorán agonizante entre el petróleo para simbolizar la maldad de Sadam Hussein, todo el mundo se apiadó del bello pajarito. Pero si el cormorán llega a nuestras charcas y se come nuestras tencas, entonces se convierte en un terrible pajarraco que tiene a los pescadores arroyanos de los nervios. "Sí, sí, mucha ecología, pero nosotros nos quedamos sin tencas y luego hacen la repoblación con percasoles, que no hay quien se los coma".

Muchos fitures van a hacer falta para que nos mentalicemos de que vivir en un paraíso natural exige sacrificios, para olvidar el espíritu del lobero de Acebo y entender que nuestro futuro depende en gran parte de los aguiluchos y los cormoranes.