En el pueblo donde paso los veranos desde mi niñez, Aldeacentenera (Cáceres), hay desde hace demasiado tiempo un concepto profundamente arraigado: el de ser forastero. Aquellos que viajaron a las grandes ciudades a comienzos de los 60 son los forasteros. Poco importa que hayan nacido y se hayan criado allí. Tampoco que hayan vuelto a sus casas todos los veranos, puentes y fines de semana. Siempre serán forasteros; ellos, sus hijos y sus nietos. Forasteros, pronunciado con cierta inquina. También los llaman emigrantes, aludiendo al antiguo éxodo rural. En las fiestas patronales hay una misa especial para los emigrados (aunque también hay inmigrantes, pero supongo serán una subcategoría de forasteros). Hay incluso una dama de las fiestas "de los emigrantes", porque el papel de reina queda reservado a los aldeanos legítimos.

El año pasado el pueblo estrenó nuevo alcalde, a la sazón emigrante él mismo, procedente de Cuba. Perfectamente integrado en el vecindario, eso sí. Tanto que lejos de suponer un soplo de aire fresco, no es más la continuación de lo mismo o quizás peor. En su afán de integrarse en las costumbres locales hace un ridículo hincapié en prolongar esta situación. Este año, los emigrantes forasteros debemos sufrir una muestra más de segregación. Los empadronados, léase aldeanos legítimos, pagan en la piscina municipal 1,50 euros, los niños, y 3 euros, los adultos. Para guardar las apariencias también tienen este precio los que figuran en el registro de la propiedad como titulares de alguna vivienda. Pero si tienes la desgracia de haber nacido forastero, tú y tus hijos tenéis que pagar 5 euros por entrar. Eso, en un estado democrático es xenofobia, fomento de la desigualdad y si me apuras, hasta inconstitucional.

La piscina de Aldeacentenera este año no la pisaré, y como yo, supongo que muchos forasteros. Consecuentemente, el pueblo de al lado, que no hace distingos, se beneficiará de nuestra visita. No sería extraño que al final de la temporada el equipo de gobierno diga que la piscina no da beneficios y se cierra indefinidamente. La culpa, como siempre, será de los forasteros. En este dichoso pueblo de mis amores así han sido siempre las cosas y, por desgracia, siguen siendo. Ya lo veremos.