Historiador

A nadie se le pasa por la cabeza que un médico, a lo largo de sus 30 o 40 años de ejercicio profesional, le basten los saberes obtenidos en los estudios de su carrera y luego sólo se encomiende a la práctica cotidiana para seguir estando al día. O que un informático continúe con las primeras técnicas aprendidas sin renovarse en tres o cuatro décadas.

Sin embargo, en otras dedicaciones laborales parece como si fuera lo normal. Así era con gran parte del profesorado, algunos manejando sus mismos apuntes rancios año tras año, o la misma forma de tratar al alumnado, siempre cambiante; hoy, por fortuna, y aunque "no todo el monte es orégano", se vela por una formación permanente, que además se prima con alicientes económicos cumpliendo unos mínimos estudios y/o investigaciones cada seis años.

Pero no está la concienciación lo suficientemente extendida en otras profesiones, y sobre todo en sus responsables máximos.

Así, podemos leer en la prensa que "la policía de Mérida" lleva dos años sin hacer prácticas de tiro. ¡Decenas de ellos lleva sin hacerlo la de Badajoz! ¿Y los bomberos de esta última, con sus instalaciones suburbiales y tercermundistas? Sólo el voluntarismo que muestran a diario suple la ignorancia o irresponsabilidad de los que mandan y en lugar de facilitar la formación la entorpecen, indisponiendo de paso a los que tienen la firme voluntad de renovarse.

Por no hablar, claro, de la puesta al día técnica y legal de los asesores jurídicos, económicos o de urbanismo, lograda a sus expensas particulares en tantos municipios. Y no digamos la racanería en financiar a los investigadores.

O en dar permisos de estudio y perfeccionamiento a los trabajadores de algunas administraciones públicas o empresas privadas, para garantizar eficacia y seguridad a sus tareas. Luego, claro, pasa lo que pasa: tanta mediocridad, apatía y meteduras de pata, que bien podrían evitarse mejorando radicalmente el servicio, con un poco de visión profesional de los que tienen responsabilidades de gestión.