Catedrático de la Uex

Entre los contenidos que dan valor a la convivencia de las gentes, hay algunas cuestiones básicas que resisten el paso del tiempo. Lo mismo daría que estuviéramos viviendo en uno de los pueblos que otorgaron prestigio a la civilización griega, como en la Italia del renacimiento, o en una de las ciudades del nuevo continente, incluso en la España de nuestros días. Siempre ha tenido vigencia que las normas de conducta, las maneras de relacionarnos, las pautas de actuación ante los hechos sociales, incluso ante los más relevantes, han de obedecer a unos principios fijados por el modelo social de cada momento histórico. Siempre ha sido necesario, por básico, comportarse ante los demás siguiendo los parámetros acuñados por la tradición, también por la cultura preponderante, y por supuesto teniendo en cuenta lo legislado por quienes, en cada momento y lugar, ostentan la representación de los demás. Es más, también en el comportamiento del día a día, ante la simple presencia de un semejante, y como producto del respeto que debemos reclamarnos todos, deben entrar en juego dichas cuestiones básicas, con valor en sí mismas.

Si todo ello lo tuviera que sintetizar en una sola expresión de valor entendido, lo haría mediante el recurso a "las formas". No sé si es el paso de los años ante mis ojos, o si más bien obedece a una percepción emanada de una nueva manera de entender la vida social, por la que se conjuga en primer (y a veces único lugar) el fondo de la cuestión, pero parece cada vez más evidente que lo importante no es actuar con un escrupuloso respeto a las formas, sino que, sacrificándose éstas, se pasa directamente a la función pura y dura. Esto debe ser lo importante y lo demás pérdida de tiempo. En una sociedad evolucionada no puede perderse ese tiempo en detalles accesorios, los cuales deben darse por entendidos, pues la complejidad de nuestro mundo exige comportamientos eficaces y reclama mirar hacia adelante, sin detenerse en dar satisfacción a ensoñaciones con sabor a pasado.

Quienes tienen la difícil tesitura de tomar decisiones, deben actuar sabiendo que la incomprensión es fiel compañera de viaje. Deben saber, y sufrir en su piel, que los arcaicos defensores de "las formas", con raíz en la cultura griega, no van a entender el esfuerzo que significa decidir el bien de los demás. Deben saber, y saben, que a pesar de ser ellos los primeros en pararlo todo para resolver un problema humano, por nimio que sea, a la larga serán unos incomprendidos pues siempre habrá quienes critiquen sus decisiones. Su esfuerzo es tan grande, que exige silencio y espera, tanto y tanta cuanto sea necesario para buscar lo mejor para los demás. Tanto y tanta para ejercer la función con una óptima planificación.

He visto a un amigo triste por haberse ido de una empresa a petición propia, sin que ésta se lo reconociese. He pensado que quienes otorgan una u otra fórmula de supuesto adiós, además de faltar a la coherencia (perspectiva histórica), faltan a algo tan elemental como es el respeto a las formas. Formas que merecen todos y cada uno de quienes, por obligación o por devoción, dedican parte de sus vidas a trabajar para mejorar el fondo de la cuestión, es decir que luchan por construir un futuro mejor.

No importa, ellos lo saben y sus espaldas aguantan. Pero, además de conjugar la incomprensión, también cabe recordar a los griegos. Y reflexionar.