Estamos contemplando cómo los países defienden sus propios intereses en la cumbre de Copenhague sin demasiadas perspectivas de llegar a un acuerdo vinculante sobre la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. Una fórmula posible para frenar el cambio climático se basaría en permitir a cada país, como máximo, la media de emisiones per cápita mundial, con un plazo de adaptación hasta el 2020.

De esta manera los países pobres no se sentirían perjudicados, ya que no se verían obligados a reducir sus relativamente bajas emisiones. Los países ricos deberían hacer un mayor esfuerzo, cierto. Pero si no pudieran o no quisieran reducir el total de las cantidades de gases que esta simple fórmula define, podrían pagar la diferencia en derechos de emisión a un fondo internacional del cambio climático, que destinaría dichos recursos a financiar proyectos de desarrollo sostenible en los países menos contaminantes. China, por ejemplo, solo debería reducir un 4% (según datos del 2007), y España, un 5% anual. Aceptado este plan, bastaría suavizar los precios de los derechos de emisión para que fuesen aceptables para una mayoría suficiente de países.

Juan Gasado Giménez **

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