Doctor en Historia

En medio del ruido de la precampaña, con su ya incipiente fragor dialéctico, con sus primeros exabruptos que tratan de descalificar al adversario político, ha surgido algo que, como por ensalmo, paró en seco y por unas horas tales hechos. Me estoy refiriendo a la instantánea fotográfica en la que el príncipe don Felipe, junto a Pilar del Castillo y ocho presidentes de autonomías, se dispone a inaugurar oficialmente el Año Santo Jacobeo.

Mirada la instantánea que recoge este solemne momento nos da pie para hacer algunas reflexiones que considero sabrosas, por lo que no deben pasar por alto. Tales personajes se disponen a recorrer, a pie, 1,3 kilómetros, desde el alto de Ibañeta, a 1.057 metros de altitud, hasta la Colegiata de Roncesvalles, nombre éste con fulgores bélicos de épica y leyenda. El día se viste de sol, pero el frío es glacial. No hablan dichos personajes, se limitan a caminar en apretado grupo cumpliendo con la liturgia santiaguista.

Una especie de milagro ha deparado tan insólita escena. El mismo Ibarreche (antes de la bofetada de Estrasburgo), dejando por unas horas sus utopías secesionistas, se coloca ligeramente detrás del Príncipe. Van todos como ensimismados, abstraídos. ¿Qué rumiarán, mientras están repicando las campanas que mandó tocar el prior de la Real Colegiata de Santa María? Quizá sólo la unidad y la convivencia engrandece a los pueblos y sólo la concordia los hace grandes. Y es que están pisando el camino donde se fraguó parte de la civilización de la vieja Europa, en la que confluye el manantío cultural más importante del mundo.