La decisión del Pentágono de hacer públicas las fotografías de los cadáveres de dos hijos de Sadam Husein, los ya célebres postmorten Udai y Qusai, y su posterior difusión en los medios de comunicación de ese repugnante espectáculo, ha levantado ampollas.

En El Mundo, Javier Ortiz, tras dudar de su valor como prueba, sostiene: "Las han exhibido como testimonio del cumplimiento de una venganza. Como trofeo de una cacería. Las mismas autoridades y los mismos medios que creyeron ético y prudente no mostrar ni una sola víctima del atentado del 11-S (...) ahora se regodean restregándonos por las narices el fruto de su carnicería". Y concluye, tras recordar que aquella decisión pretendía evitar que la opinión pública se desmoralizara: "Supongo que estas imágenes las muestran porque les atribuyen un efecto benéfico y exaltante para la causa".

Del mismo parecer es Faustino F. Alvarez (La Razón ), quien argumenta: "Sería necedad lamentar que hayan sido abatidos estos enemigos de su pueblo y de la humanidad entera, pero la difusión de sus imágenes me parece una obscenidad. (...) Mal asunto que la credibilidad de un gobierno necesite cimentarse sobre escenas más propias de las tribus de Idi Amín que de países supuestamente civilizados y a la cabeza de la defensa de los derechos humanos y de la libertad". Y finaliza con una crítica a los medios de comunicación: "Por lo demás, el documento periodístico es indudablemente valioso, pero se puede decir que aporta más a los instintos que a la inteligencia. Y ése es otro debate". El próximo.