El pasado 15 de enero se celebró en todo el mundo una jornada a favor del emigrante y refugiado. No podemos cerrar los ojos ante el sufrimiento de tantas personas afectadas por esta situación. De momento, lo que vemos es el fracaso de los estados para abordar con valentía y eficacia las causas de esta fuga masiva: los conflictos armados, la pobreza, la degradación ambiental... Hay una llamada a la conciencia de todos, pero especialmente de los gobernantes.

El papa Francisco recordó la necesidad de garantizar la protección de la infancia migrante y refugiada, la más vulnerable. Los datos de Unicef son escalofriantes: once millones de niños son desplazados forzosos y uno de cada doscientos está creciendo como refugiado.

Las imágenes de estos días de frío rompen el corazón. Basta ya de que por culpa de las políticas europeas de blindaje de sus fronteras, el Mediterráneo se haya convertido en un inmenso cementerio. Basta de que Europa se haya consolidado como una gran fortaleza. Entran a cuentagotas jugándose la vida y enriqueciendo las redes de tráfico de personas. Emigrantes y refugiados, por encima de todo, son personas y tienen sus derechos.