Los sangrientos atentados de ayer en el metro de Moscú, uno de los mayores y más utilizados del mundo, son, además de una barbaridad que ninguna lucha puede justificar, una humillación para el primer ministro Vladimir Putin, un político de hierro que se sirvió de la lucha contra el terrorismo separatista de Chechenia como palanca para escalar al poder. Y más aún tratándose de un hombre que hizo carrera en el antiguo y temible servicio secreto soviético, el KGB, porque si algo ha fallado en estos atentados ha sido la información dado que las amenazas eran serias. Hace pocas semanas, Doku Umarov, el autoproclamado emir del Cáucaso, había advertido de que golpearía en todo el territorio ruso.

En el 2009, Putin declaró con toda solemnidad que la guerra en Chechenia había terminado y, ciertamente, la calma llegó a la capital, Grozni, así como el dinero para su reconstrucción de la mano del Gobierno títere de Ramzán Kadírov, al servicio de Moscú.

Sin embargo, la violencia no ha cesado en el resto de la república caucásica y se ha multiplicado y extendido a los vecinos Daguestán e Ingushetia. Ahora ya no es de matriz independentista como pudo serlo tras el fin de la URSS, sino que se trata de terrorismo yihadista, que la arbitrariedad, la corrupción, la brutalidad de las fuerzas rusas y la impunidad, sumadas a la pobreza de la zona, no han dejado de alimentar. La bomba, en noviembre, contra el tren que une Moscú y San Petersburgo, que causó una treintena de muertos, alertó de la capacidad de acción de los terroristas.

Atentar en el corazón de Moscú por primera vez en seis años y hacerlo en la estación de Lubyanka, donde se encuentra la sede del Servicio Federal de Seguridad (FSB, antiguo KGB), es un salto cualitativo de los terroristas que no pasará desapercibido para un Putin puesto en evidencia. Su reacción ha sido declarar que "serán liquidados", como hace unos años prometió perseguirlos "hasta en las letrinas". En el Cáucaso norte, Putin aplica los mismos métodos que antes impusieron la Rusia zarista y la soviética. Pero la mano de hierro no funciona y quienes se han atrevido a denunciarlo también han pagado con su vida. Como ayer pagaron con la suya decenas de inocentes.

EL PERIODICO se abstiene de publicar las fotos más brutales de los cadáveres, en aplicación del acuerdo de la prensa española tras el 11-M, que no debe distinguir entre nacionalidades. Por respeto a las propias víctimas.