Resulta francamente superficial, por no decir rematadamente inexacto, colegir de la intervención del presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, en la liberación de cuatro azafatas españolas retenidas por el Gobierno de Chad, que la diplomacia española dejó poco menos que a su suerte a la tripulación del avión español retenido en Abéché. Seguramente, nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores no es un prodigio de agilidad, pero imaginar siquiera que puede negociar con las autoridades chadianas en los mismos términos en que lo hacen las francesas es desconocer los datos elementales de la historia de aquel país africano y el futuro que se le avecina. Francia fue la potencia colonial del Chad, y en las próximas semanas se desplegará en su suelo un contingente multinacional, dirigido por Francia, destinado a proteger a los refugiados de la región sudanesa de Darfur.

Solo un ataque de electoralismo desmedido al analizar el caso, como parece haber sufrido el PP, explica que no se tengan en cuenta estos factores y otros dos no menos elocuentes: el reconocimiento explícito de Sarkozy de que París y Madrid han trabajado codo con codo, y las declaraciones de las azafatas. Por no hablar de la prudencia y el sigilo indispensables para negociar con los gobernantes de países con un grado de institucionalización evidentemente modesto. Y más si, como sucede en este caso, la crisis está lejos de haber quedado cerrada, porque el piloto, el copiloto y el sobrecargo del avión de Girjet siguen en una cárcel de Yamena y, por encima de cualquier otra consideración, lo que importa es lograr su repatriación sin mayores aspavientos.