WDwos semanas después del seísmo que devastó el Sureste Asiático, la UE decidió conjugar mejor sus esfuerzos para responder a las necesidades de los países, en el marco de la vasta operación de socorro dirigida por la ONU. La decisión, aunque tardía, es el primer paso para una respuesta generosa y unitaria, una vez que los mecanismos de la emoción y la fraternidad prenden de la dimensión de la tragedia y de la nacionalidad europea de muchas víctimas. Hay que superar la inercia burocrática enquistada en Bruselas y la tentación de los gobiernos de entrar en una estúpida competencia. Sólo así podrá anticiparse la Constitución europea en su previsión de crear una fuerza conjunta de ayuda humanitaria. Una vez que EEUU se enrola bajo la bandera de la ONU, la decisión europea abre un nuevo camino para la cooperación transatlántica en los dos grandes problemas pendientes: el paso de las promesas a los actos y la vigilancia puntillosa para garantizar la eficacia de la ayuda.