Tal vez ustedes, como yo, hayan tenido ocasión de ver recientemente en la televisión una grabación, hecha en junio del 2006 por uno de los alumnos del Colegio Suizo de Madrid, en la que se aprecia cómo durante un recreo varios estudiantes se burlan de un menor (de 10 años) y le golpean. Según leo en la prensa, "hasta 21 veces con la mano y un estuche blando en la cabeza, las piernas y la espalda".

La Audiencia de Madrid ha condenado al centro, sosteniendo que hay un "nexo causal" entre el daño moral al menor y "la falta de atención, vigilancia y respuesta inmediata y contundente del centro", revocando una resolución anterior de un juzgado de Alcobendas que había absuelto al colegio argumentando que las imágenes captaban un altercado "aislado". El padre de la víctima, satisfecho con la sentencia, arguye la importancia de la filmación, aunque dos tribunales distintos han emitido, dos años después de los hechos, juicios radicalmente distintos al respecto.

Yo no soy jurista y no voy a entrar en los vericuetos de dos sentencias tan dispares. Pero, más allá del episodio del colegio de Madrid, como padre, como profesor muchos años y como sociólogo que ha estudiado estos temas, me permito trasladarles algunas reflexiones.

Ciertamente, hay acoso escolar. Aunque haya descendido, según refieren varios estudios realizados por equipos científicos diferentes, hay una proporción importante de escolares que sufren bullying (o maltrato escolar): acoso reiterado de sus compañeros, al menos una vez a la semana, con intención de hacer daño. De entre ellos, algunos lo pasan muy mal. Entre el 2% y 4% en este elevado nivel de gravedad.

XUNA GRANx proporción de padres y profesores no se enteran. En no pocos casos, porque los propios escolares victimizados lo ocultan, añadiendo, así, dolor al dolor. He reflexionado mucho sobre este tema y me permito reenviar a mi reciente libro, El silencio de los adolescentes, en el que consagro un capítulo al tema del miedo en la escuela. En los estudios en los que he participado personalmente, en toda España, he podido comprobar esta realidad. Es particularmente sangrante en los menores de 10 y 11 años, a veces con un defecto o minusvalía mínima, indefensos ante matones que los han tomado como chivos expiatorios de sus juegos y de sus propias debilidades. Pero la minusvalía de las víctimas, a veces física, otras veces psicológica, hace que oculten su situación. Así, a un problema de presión externa, el maltrato padecido por sus compañeros, se añade el ahondamiento del sufrimiento por incapacidad interna de externalizarlo. Quizá, incluso, nutriendo en el interior un sentimiento de culpa, obviamente inexistente.

Sostengo firmemente que la vía judicial no es la mejor fórmula para resolver estos problemas, salvo en situaciones extremas. No estoy en condiciones de decir si los hechos del Colegio Suizo cabe calificarlos de extremos, pero sí sé que, para los padres, lo que sucede con nuestros hijos pequeños es fácil que nos parezca extremo. No hay que olvidar que antes del caso Jokin apenas se hablaba de bullying , salvo entre los que llevábamos años trabajando estos temas sin que nos atendieran. Tras la aplicación de protocolos de seguimiento de casos de acoso escolar, hay un desmesurado aumento de señalizaciones de estos por parte de los centros docentes que no se corresponde con un aumento de episodios de maltrato. A veces, para curarse en salud. Tras la sentencia del Colegio Suizo, crecerán aún más, y me temo que tendrá el efecto perverso de no distinguir lo anecdótico de lo grave, tapando, así, auténticos casos de bullying .

Porque, insisto, el bullying existe. No lo erradicaremos totalmente nunca. Pero hemos de procurar que sea lo menos frecuente posible y lo menos dañino posible. Para ello, además de tomar conciencia del problema, lo que ya se da en la mayor parte del sistema educativo (es ejemplar el plan andaluz Escuela: espacio de paz), hay que aplicar, con discernimiento, los protocolos ya existentes y, sobre todo y muy prioritariamente, una colaboración entre los padres, los profesores y la dirección de los centros, que a día de hoy es muy deficitaria. Si, además, padres y profesores estuvieran enfrentados, lo pagarán sus hijos y alumnos.

El recurso a la vía judicial es un indicador evidente de que tal colaboración no se ha dado y, con razón, diferentes asociaciones de padres y madres, tanto de centros públicos como concertados, han abogado, tras conocer la segunda sentencia del centro suizo, por la necesidad de reforzarla. La justicia está para dirimir culpables, no para resolver conflictos. Entre otras razones, porque actúa cuando los hechos ya han pasado. Recuérdese el caso de la madre sordomuda de Jaén a la que la justicia separó de su hijo, también sordomudo, por haberle propinado un bofetón... dos años antes. ¿A quién ha beneficiado esa intervención judicial? En el caso del Colegio Suizo el chaval ya llevaba dos años en otro centro docente. Si el centro recurre contra la sentencia, la gane o la pierda, ¿quién saldría beneficiado? El problema no debería haber salido del sistema educativo. Para eso están los inspectores, digo yo.