Se temía que, como ha ocurrido en otras ocasiones, la banda terrorista ETA intentara irrumpir en la campaña electoral haciendo lo único que sabe: matar. Tras varios intentos que resultaron fallidos para sus propósitos asesinos, la banda consiguió ayer que uno de sus pistoleros segara la vida de un hombre cuyo delito a ojos de estos fanáticos fue haber sido representante de sus vecinos en el Ayuntamiento de Mondragón. Ante esta nueva demostración de barbarie, solo cabe condenar los hechos, expresar toda la solidaridad con los familiares y allegados de la víctima y manifestar nuestro convencimiento de que las fuerzas de seguridad lograrán, en cualquier caso y en cualquier plazo, detener y poner ante los tribunales de justicia a los responsables de este crimen.

Todos sin excepción, partidos políticos y organizaciones sindicales y cívicas, medios de comunicación y la sociedad en su conjunto, debemos colaborar para que los viles planes de los terroristas no incidan en la convivencia democrática ni contaminen procesos electorales como el que culminará mañana. Pero sería ingenuo desconocer que con este asesinato ETA se venga de los partidos democráticos que no cedieron a su chantaje durante la negociación, a la par que intenta influir en el resultado. Para cualquier persona de convicciones democráticas es un ejercicio inútil tratar de meterse en la cabeza de los terroristas con el ingenuo propósito de tratar de adivinar sus intenciones, pero parece evidente que un primer objetivo de los asesinos es amedrentar a la población vasca, toda vez que la banda y sus propagandistas han llamado a la abstención y al boicoteo de los comicios. Se trata de una forma cobarde de apuntarse un respaldo social tomando como base los votos no emitidos.

Pero también pesa sobre este atentado el hecho de que hace cuatro años la matanza de los trenes de Madrid tuvo, según muchos expertos, efectos decisivos en los resultados de las elecciones celebradas tres días después. A la luz de este atentado se aprecia que, si bien la banda terrorista estuvo ajena al mismo, aquella ocasión le parece propicia.

Lo previsible --y mostramos confianza en ello-- es que en este caso la intención de voto no se vea alterada. Una circunstancia así será posible si el Gobierno, a diferencia de lo que ocurrió hace cuatro años, gestiona bien la reacción ciudadana al atentado, que no puede ser otra que la de afianzar la unidad de las formaciones democráticas frente a ETA. Y también si los partidos políticos no tratan de usar este nuevo drama como un arma arrojadiza. La declaración de ayer en el Congreso de los portavoces parlamentarios, a pesar de las divergencias mostradas por el PP, no va en esa dirección.

La mejor respuesta ciudadana que se le puede dar a los terroristas es una participación electoral masiva mañana. Será la enésima demostración de que los crímenes de ETA son históricamente inútiles y políticamente estériles. Podrán matar --cada vez menos--, pero se van acercando a la derrota militar y política. Es decir, al desmantelamiento definitivo de sus comandos y al absoluto desprecio social de los vascos.