WPw ocos lo dudan: el próximo invierno, millones de personas serán infectadas por el nuevo virus de la gripe (en Extremadura un campamento de verano en la comarca de La Vera se ha visto afectado por el brote). Cada año fallecen como consecuencia de esta enfermedad unos 8.000 españoles, pero lo más probable es que esta vez el número sea sustancialmente más elevado.

La ministra de Sanidad, Trinidad Jiménez, comentó el pasado viernes que se está trabajando con distintos modelos de previsión, pero evitó dar la cifra que sale de ellos porque no están completados y el margen de error es muy alto.

Quien sí se ha atrevido a dar la cifra que salía de sus cálculos es su colega británico: 65.000 fallecimientos en un población apenas un 50% mayor que la española. La sanidad pública británica trabaja con la hipótesis de que el 60% de los ciudadanos se infectarán aunque solo el 30% caerán enfermos. El porcentaje entre los niños se prevé que alcance el 50%.

La Organización Mundial de la Salud acepta ya que la pandemia es imparable. El próximo otoño castigará Europa antes de que haya vacunas que permitan una inmunización masiva. Eso será así no por negligencia o maldad de nadie, sino porque no ha habido tiempo para diseñar, probar y desarrollar una vacuna efectiva desde que se detectó el nuevo virus en Norteamérica en marzo. Habrá vacuna, pero muy pocos mantienen la esperanza de que esté en octubre, fecha habitual de la campaña de vacunación.

Las autoridades sanitarias, por tanto, deben preparse para atender a millones de enfermos en muy poco tiempo. Jiménez anunció el viernes que el próximo miércoles se reunirá con los consejeros de las autonomías para coordinar las medidas sanitarias y la campaña de información que requiere el grave problema que se nos echa encima.

La sanidad española tiene ante sí un gran reto, probablemente el mayor desde que las comunidades autónomas asumieron esta competencia. Ante una emergencia como la que se avecina solo cabe la máxima coordinación y eficacia por parte de todos, ministerio y consejerías. Las directrices que se emitan han de ser claras y nunca contradictorias.

Ante la epidemia, además, las autoridades deberán actuar con transparencia, tratando a la población sin falsos paternalismos.

Los ciudadanos, por su parte, deberán comportarse con el máximo de disciplina para que no se produzca un colapso de los servicios. Y todos, medios de comunicación incluidos, estamos obligados a no perder la calma.