Hace unos días viste unas placas de carámbano flotando en unos charcos de un paraje umbrío. Hacía tiempo que no veías esas finas capas de hielo adheridas como pieles al cuerpo del agua. Y te vino la nostalgia. Recordaste aquellos años de frío pelón, cuando los chiquillos, calzados con botas katiuskas, os hartabais de pisar charcos para romper carámbanos. También recordaste aquellos sabañones que te salían en las orejas, que dolían como demonios por la mañana y picaban como diablos por la tarde. Los niños de hoy no sufren esos sabañones tan molestos.

A veces tienes conversaciones con amigos o conocidos coetáneos sobre tiempos pasados, y llegáis a la conclusión de que, en general, cada vez hace menos frío. Pero ver de nuevo carámbanos en un charco te ha hecho dudar, y te preguntas si en verdad hace menos frío, o tenemos más medios para combatirlo.

VUELVES ATRÁS en el tiempo y recuerdas aquellos braseros de picón con los que las familias se calentaban. Recuerdas cómo removíais los tizones con la badila para que emergieran las brasas incandescentes. Y, por supuesto, recuerdas al piconero, voceando su presencia por las calles: ¡El piconero! Aquel brasero era el único medio que teníais para calentaros en la mayoría de las viviendas. Os sentabais a la mesa y tapabais las piernas con la enagüillas, con el cuidado de no arrimarlas en exceso al cúmulo de brasas, para no acabar con cabrillas en las piernas.

Eso sí, cuando abandonabas tu cómodo sitio al calor del brasero, volvías a sentir el frío que conservaba el resto de la casa. Sabe extraño hablar hoy del brasero de picón, de la badila, de la enagüillas o de las cabrillas en las piernas. Como de la bolsa de goma que llenabais de agua caliente y metíais bajo las mantas para que calentara las sábanas y os librara de pasar el mal trago de calentarlas con vuestros cuerpos.

El frío siempre entrará en todas las casas con la intención de meterse en el cuerpo de sus moradores. Librarse de él es fácil, ya que hoy son muchos los medios de defensa que existen. Sin embargo, paradójicamente, hay gente que no puede quitarse el frio de encima, porque ni siquiera disponen de un humilde brasero de picón.