WCw oincidiendo con la visita de Hillary Clinton a las ciudades de México y Monterrey, el gobierno de Barack Obama desveló un ambicioso plan antidroga y despachó a la frontera mexicana a centenares de agentes con tecnología especializada para impedir que la violencia se cuele en territorio norteamericano. El presidente Felipe Calderón, que declaró la guerra a los cárteles hace dos años, está desbordado por la crisis económica y la osadía de los narcos que hacen de México una siniestra autopista por la que llegan a EEUU miles de toneladas de cocaína y otros estupefacientes. En medio de la caótica situación en la frontera, Washington sugirió que el gobierno mexicano había perdido el control sobre parte de su territorio y Obama reconoció que existen planes para desplegar tropas en la frontera. Calderón le respondión acudiendo al populismo, exhibió la tradicional letanía de agravios y dio pábulo a la creencia popular de que la culpa la tiene la avidez insondable de los gringos consumidores.

Con su visita a México, la secretaria de Estado trata de restablecer las buenas relaciones con el vecino del sur y mejorar la cooperación antidroga al nivel que demandan una situación de emergencia nacional y el temor fundado de que la próxima crisis internacional estalle en la frontera del río Grande. En lo que parece una revisión doctrinal, Obama aceptó la responsabilidad de EEUU por algunos de los problemas que alimentan en México la guerra de la droga. Pero el reconocimiento de la realidad no será suficiente para combatir a un enemigo tan insidioso y brutal.