En el Foro de Arcila, medina blanca y azul que se asoma al Atlántico desde sus viejas murallas portuguesas, discutimos los problemas de Africa y las responsabilidades de Europa en su origen y solución. Mientras, por la vecina Ceuta, tres millones de personas cruzan la frontera más desigual del mundo. No hay otra que separe rentas y demografías tan diferentes.

La ocasión es buena porque la Unión Europea (UE) y la Unión Africana (UA) están preparando su próxima cumbre, en diciembre en Lisboa. La última se celebró en El Cairo en el 2000. Desde entonces muchas cosas han cambiado. En la nueva geopolítica, Africa es hoy más importante, por sus recursos naturales (petróleo y minerales), su pujanza demográfica y económica. Europa también ha cambiado. Ampliada, se ha dirigido prioritariamente al Este. Sigue siendo el primer cliente, el primer inversor y el primer donante de ayuda al desarrollo de Africa. Pero el desembarco de China en este continente es fulgurante (el 25% de sus importaciones de petróleo son ya africanas) y si Europa quiere conservar su influencia, tendrá que reinventar sus relaciones con Africa. El mundo también ha cambiado. Los muros ya no están entre el Este y el Oeste, sino entre el Norte y el Sur, como los de Ceuta. Y la emigración, el cambio climático, la energía y el terrorismo son los nuevos problemas globales.

XPERO HAYx cosas que no han cambiado. El Africa subsahariana es más pobre que hace 10 años, y es ya muy poco probable que allí, salvo pocas excepciones, se alcancen los Objetivos del Milenio. Cierto que la economía africana crece hoy, y por tercer año consecutivo, al 6%. Pero la posición relativa del continente empeora. En el 2005, 1 de cada 3 pobres era africano. Si nada cambia, en el 2015 lo será 1 de cada 2. Esta evolución es completamente diferente de la prevista. A principios de los 60, se esperaba que Africa prosperara más deprisa que Asia. En vez de eso, y pese al billón de dólares en ayuda al desarrollo desembolsados desde el fin de la dominación colonial, el PIB per cápita del sureste asiático ha crecido 34 veces más que el de los 48 países del Africa subsahariana. Uno de cada tres países africanos tiene hoy una renta per cápita menor que en su independencia.

Las consecuencias del pasado colonial son importantes, pero a medida que pasa el tiempo pierden pertinencia. Corea o Malasia fueron más pobres que Ghana o Kenia. Y su pasado colonial no fue mejor. Buena parte del problema proviene de la fragilidad de las estructuras políticas africanas. En muchos países han tenido estados débiles, malos gobiernos y demasiadas guerras: 70 desde 1945. De las 19 que hay hoy en el mundo, seis son africanas.

En Africa se ha demostrado con dramática evidencia que la seguridad es una condición necesaria del desarrollo. Sin desarrollo no hay paz, pero sin paz no hay desarrollo. Ambos son mutuamente necesarios, pero las guerras han destruido las infraestructuras sociales, impedido crear las físicas y desalentado la inversión en Africa. Los países que han tenido estabilidad y buenos gobiernos han demostrado las potencialidades del continente. Botswana es el país que mejores resultados económicos ha obtenido desde 1960, por delante de Corea y China. Ruanda, que en los 90 era el paradigma de las desgracias, genocidio incluido, es hoy una economía estabilizada y con fuerte crecimiento. O Mozambique, que puede cumplir los Objetivos del Milenio. Benín, Tanzania, Liberia y Mauricio están despegando económicamente. Por no citar el milagro que ha sido la transición pacífica de Suráfrica de su ignominioso régimen racista a una democracia multiétnica.

Cualesquiera que sean las causas de su trayectoria pasada, Africa vive hoy, con sus luces y sombras, un momento en el que el papel de Europa como inversor, socio comercial y donante de ayuda al desarrollo será decisivo. Para algunos, más que una ayuda muchas veces ineficaz hay que dar todas las facilidades al comercio. Otros creen que hay que aumentar la ayuda al desarrollo para crear las infraestructuras económicas, físicas y sociales sin las cuales no se puede competir.

La respuesta a los problemas de Africa necesita lo uno y lo otro: el aid y el traid. El desarrollo de algunos países africanos depende críticamente de la apertura de nuestros mercados a lo que pueden producir con evidentes ventajas comparativas. No podemos rechazar a la vez a sus hombres y a sus productos. Pero otros países no tienen gran cosa que vender: incluso si algo exportan es gracias a las tarifas preferenciales europeas. Para esos países, trade, not aid (comercio, no ayuda) es una ilusión. Pero también sería ilusorio lo contrario. La ayuda al desarrollo no es una alternativa a una economía tan eficaz como posible.

Ciertamente, la ayuda es la forma más inmediata y directa de lograr derechos humanos elementales. Pero solo producirá resultados duraderos si el sistema económico genera progresivamente los recursos necesarios a la extensión del desarrollo. La próxima negociación de las EPAS (acuerdos económicos entre la UE y los países africanos, agrupados en varios conjuntos regionales), que deben sustituir antes de fin de año a los acuerdos de Cotonú, debiera ser una buena ocasión para encontrar el punto de equilibrio entre apertura comercial y ayuda al desarrollo entre Europa y Africa.

En Lisboa, la UE debe pensar conjuntamente con la UA cómo abordar nuestros desafíos comunes. Es posible, porque europeos y africanos no tenemos nada que ganar dejando que la globalización económica se haga a expensas de la dimensión social y ecológica.

*Presidente de la Comisiónde Desarrollo del Parlamento Europeo