Periodista

La primera vez que fui a Badajoz tenía 19 años y me llevó un japonés. Se llamaba Susumu Fukuda, era diplomático, perfeccionaba su español en mi colegio mayor de Salamanca y estaba muy interesado en conocer aquella ciudad fronteriza. Sospeché entonces que Badajoz debía de tener algo para llamar la atención de un diplomático nipón. Como en mi Bachillerato Extremadura no existía, nadie me había explicado la importancia de Badajoz en la guerra de la Independencia o en las guerras contra Portugal. Pero Susumu sí conocía al detalle la trascendencia estratégica de la ciudad.

Seis meses después de aquel viaje, conocí a una muchacha nacida en Burguillos del Cerro que estudiaba en Badajoz. Quise pasar con ella el resto de mi vida y no me quedó más remedio que romper el aislamiento cacereño-pacense y cruzar el Tormes, el Tajo y el Guadiana un par de veces cada mes. En su compañía conocí las murallas con sus puertas y sus brechas, supe de los detalles de los diferentes sitios de Badajoz y quedé sobrecogido para siempre por las cuatro conquistas de la ciudad: la de los portugueses en 1386, la de los franceses en 1811 y, sobre todo, las dos tomas más dramáticas: la inglesa de 1812 y la de Yagüe en agosto de 1936.

Fui entendiendo así los entresijos de una ciudad marcada por la frontera y por la guerra, de una capital española periférica y marginada en los momentos de bonanza, pero centro de casi todo en los tiempos de guerras y desastres. Un pueblo que vive así la historia ha de ser por fuerza peleón, inquieto y vividor para aprovechar lo que te regala la vida y la paz entre los períodos de muerte y de guerra.

Desde Badajoz, se ve la ciudad como desmotivada porque a uno siempre le gustaría que su pueblo fuera aún más activo de lo que es. Pero aunque pacenses autocríticos tan señalados como el consejero Francisco Muñoz opinen que a Badajoz le falta motivación, lo cierto es que desde Cáceres se mira con envidia su dinamismo. Lo decía un observador imparcial y burgalés, Tino, párroco de la iglesia cacereña de Guadalupe: "Los de Badajoz son más puñeteros, piden más". Y es cierto. Cuando han considerado que se les hurtaba lo que merecían, se han movilizado en lugar de aguardar impasibles el maná o la providencia. Ya en el siglo XIX nombraron una especie de embajador en Madrid pagado con rentas municipales y con un único fin: que Mérida no les arrebatara la capitalidad provincial. Hoy, vuelven a pelear por el Ave creando plataformas o pegando pasquines en los bares demandando su paso.

La frontera, que tantas desgracias trajo a Badajoz en el pasado, obra hoy en su favor, cuando ya ha desaparecido formalmente, trayendo autovías, industria y comercio. Los cacereños viajamos ahora a Badajoz a comprar de todo en El Corte Inglés, libros en Universitas o equipos de música en Cash Convertes.

Pero deberíamos buscarnos un japonés o una novia que nos mostrara los valores ciudadanos que Badajoz atesora para aprehenderlos y sumarlos a los nuestros.