El encuentro de ayer en la Moncloa del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, con el presidente del PP y líder de la oposición, Mariano Rajoy fue, con independencia de los acuerdos y desacuerdos concretos, la escenificación de una nueva etapa política, que entierra, esperemos que definitivamente por el bien del clima político, el periodo del todo vale en la lucha partidista, desde las críticas al Gobierno tras un atentado terrorista hasta sacar a las víctimas a la calle o poner en duda la investigación del 11-M. La décima reunión entre los líderes de los dos principales partidos desde que Zapatero es presidente tuvo cierto tono cordial y sirvió para formalizar, por si quedaban dudas, la unidad de acción de PSOE y PP frente al terrorismo de ETA.

Fue en este terreno donde el encuentro tan importante para la estabilidad institucional fue más fecundo. Rajoy salió satisfecho de que el Gobierno solo piense ya en la vía policial para acabar con la banda terrorista ETA, una vez frustrado el intento de final dialogado de esta organización terrorista ya en fase terminal, como lo demuestran las sucesivas operaciones policiales que se saldan con numerosas detenciones. Ambos dirigentes se mostraron también de acuerdo en reformas legales para que los autores de los atentados no esquiven las indemnizaciones a las víctimas y para que los nombres de los etarras no sean utilizados oficialmente en calles o lugares públicos.

El otro punto de encuentro importante se produjo en el terreno de la justicia. Parece felizmente allanado el camino para renovar el Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional (TC). Se supera así la vergonzosa etapa en la que los intereses partidistas impidieron un eficaz funcionamiento de dos instituciones vitales en una sociedad democrática que descansa en la división de poderes. Si los relevos se producen en septiembre, serán los nuevos juristas del TC los que deban decidir sobre asuntos tan importantes como el recurso al Estatuto de Cataluña o a la convocatoria de consulta por el lendakari Ibarretxe.

Pero donde no hubo aproximación alguna entre Zapatero y Rajoy fue en la valoración de la situación económica y en las recetas para salir de la crisis. Se trata de una discrepancia razonable, legítima y hasta deseable, pues es lógico que un Gobierno socialista aplique distintas recetas económicas que uno liberal en un momento de dificultades serias como las que atraviesa el país.

Así, queda claro que la batalla entre PSOE y PP se ha alejado del terreno de la lucha antiterrorista para centrarse en el de la economía. Los ciudadanos lo agradeceremos, pues ya es hora de que la confrontación se produzca de modo racional sobre los asuntos que más importan a la gente y no de manera visceral y con insidias sobre temas tan abiertos a la demagogia y que tanto calienta innecesariamente el ambiente político como la unidad de España o la lucha contra ETA.