Lo que se dice traumas no sé si padezco, pero frustraciones las tengo todas. Cada mañana me levanto esperando que las tareas domésticas se hayan realizado solas; consulto los anuncios de empleo con la seguridad de que dos de ellos proporcionarán trabajo a mi prole. Paso a la sección de inmobiliarias. Busco una vivienda que mis hijos puedan adquirir con los sueldos que percibirán en los curros encontrados en la sección precedente. Ya los veo emancipados. Echo un vistazo a mis haberes, quizá este mes los recibos me den una tregua y me sobren unos euros para un capricho. Con la cinta métrica compruebo mis medidas, anoche no cené, puede que mi cuerpo me sorprenda con 90, 60, 90. Y ¿quién sabe?, lo mismo la hidratante de Avon me deja el cutis con veinte años menos. Me llama mi amiga, acaba de estrenar coche; el mío ya tiene un año. Procuraré pasarme por el concesionario. Quiero uno con más prestaciones. ¡Jo! Este personal computer es un Pentium III, ¡qué antigualla! ¡Bah! Seguro que me toca la primitiva y me pillo un IV. Reviso mi vestuario; mi ropa tiene marca, aunque desconocida. En Ebay encontraré algo del estilo, pero con un cocodrilo, no vaya a pensar la gente que no tengo clase.

Mi casa sigue sucia. La prole sin trabajo; las viviendas incomprables; no se emancipan. Los acreedores no han perdido la memoria. La cinta métrica se me queda pequeña. Sigo con las arrugas. El coche va a ser vitalicio. Seguiré con el mismo computer, No me toca la primi. La ropa del aligator cuesta mucho. No podré ascender en la escala social. ¡Estoy frustrada! La vida me priva de lo que deseo. Me lanzaré a la calle a abofetear al primero que me encuentre. Lo malo es que no soy menor. Tendré que visitar a un psicólogo. ANA MARTIN BARCELONA. Cáceres