Lento, lentísimo, parado,… el tren va llegando a la estación. Es hora de conclusiones. Podemos conformarnos con acurrucarnos al amparo de lugares comunes. «¡El pueblo unido jamás será vencido! ¡Nunca antes como ahora!» Algo de verdad anida, aunque realquilada, en estas medio verdades. Es evidente que el tren ha servido durante los últimos meses, a modo de muletilla, para la ceremonia de la exaltación del terruño. Catarsis mística, agua de mayo, purga de Benito y aún más de lo mismo. Día histórico, antes y después,… Dicho lo cual, ya cumplidos con las autoridades civiles, militares y eclesiásticas, convendría estrujarnos las meninges y ser capaces de alcanzar a descifrar las consecuencias reales del asunto de marras.

Se ha comentado lo aparente, pero frente a las consecuencias aparentes se alzan las reales. Algo escondidas, pero tozudamente reales. Primera y principal, que el tren sigue pendiente, que viene, que se le espera y que las obras avanzan, a pesar y no por, la manifestación. De los otros trenes seguimos sin noticias; ni al norte, ni al sur. Segunda, que el PSOE ha dado un paso de gigante que le acerca al triunfo en las elecciones regionales del 2019.

La primera no admite demasiadas objeciones. Se trabaja en el tren, las obras se ven y obras son amores.

La segunda está sujeta al debate sucio de los partidismos. Si damos por sentado que la primera preocupación del político es la política y que, en consecuencia, emplea la mayor parte de sus horas en cavilar cómo ganar elecciones y cómo hacer cumbre en las poltronas del poder, digo, si damos esto por sentado, el tren no es sino un chirimbolo de conveniencia en el combate electoral. En las artes marciales se enseña a utilizar la fuerza con que se nos ataca en contra de quien nos ataca. El tren, como reivindicación popular, debería doler en la cabeza de los gobernantes extremeños. Por pericia o por carambola, Vara ha convertido la pedrada en bumerán. Ha liderado la protesta, ha levantado la bandera de todos, y el triunfo ha caído de su lado. Hace un año por estas fechas, el PSOE extremeño navegaba por aguas procelosas; asuntos como la toma de partido de Vara contra la militancia, le ponían en el brete del naufragio. Por pericia o por carambola, los conatos de rebeldía han quedado en nada. En julio volvía a ser reelegido secretario regional del partido y la purga se limitó a Ugalde y poco más. Crecido, pudo abandonar el peripatético cargo de consejero de deportes y dar a su gobierno cierta apariencia de equilibrio, de la que estaba manifiestamente falto.

Por supuesto los problemas esenciales de Extremadura siguen en pie. Pero ahora al PSOE le sopla el viento a favor. Podemos se ha cortado el pelo, ha pisado moqueta y empieza a conversar en el lenguaje abstruso de la realidad. Al PP le atropelló la vagoneta. No supo plantear una reivindicación propia, sólida y coherente, y ha acabado haciendo, de mala gana, de esparrin del campeón. Alguien dirá que queda más de un año para las elecciones, y dirá bien. Pero el tren del tiempo no sabe descarrilar.

¿Frutos o secuelas? Escoger es perverso. Baste con decir… consecuencias. Lo evidente es que la estación término se llama Elecciones 2019. Sabemos cómo fueron los jerarcas a Madrid. Nadie nos ha contado como volvieron, quizás ahí radique el misterio último del 18N. Frutos o secuelas. Derechas o izquierdas. ¿Es bueno que el PSOE siga gobernando otros cuatro años? Derechas e izquierdas cada vez se parecen más. Nada mejor que un gobierno de izquierdas para hacer política de derechas, y para rojos… los barones. ¡Quién sabe! Hay un tren que se lleva a nuestros chavales, un tren triste como un fado, ese fado que dice: «O comboio da Beira Baixa, tem 24 janelas, mais abaixo mais acima, meu amor vai numa delas…».