TSte viene a admitir que en el cuerpo sanitario las enfermeras son las manos, y los médicos, el cerebro, pero a menudo son aquellas las que para el paciente son las manos, el cerebro y el corazón. Para cuidar, administrar como dios manda el tratamiento y proporcionar el consuelo que el enfermo necesita para dejar de estarlo se requiere mucho cerebro, pero he aquí que ahora, en vísperas de una más que previsible saturación de los servicios médicos, un montón de cerebros, de enfermeras, se aprestan a emigrar a los países donde les pagan mejor, al Reino Unido sobre todo. Esas enfermeras y enfermeros desean abandonar la condición de mileuristas que arrastran en España, una condición particularmente insoportable para quienes tienen en su trabajo la enorme responsabilidad de la salud.

Seis de cada diez trabajadores españoles ganan al mes en torno a mil euros, pero esa estadística del salario ínfimo no se produce, sin embargo, por la crisis económica, sino que antes de ella, cuando en España se ataban los perros con longaniza, seis de cada diez trabajadores ganaban lo mismo que ahora. Muchísimos auxiliares sanitarios se cuentan entre esos dieciocho millones que las pasan canutas pese a trabajar honradamente y es natural que quieran levantar cabeza aun al precio de abandonar su casa, su ciudad, el conjunto de sus afectos y el pequeño y personal mundo conocido. Lo que no es natural es que el Gobierno les deje irse, que no arbitre de urgencia sueldos más dignos para ellos, pues les deja irse cuando van a ser aquí más necesarios que nunca.