TLtos precios de las entradas para el partido de semifinales de la Champions en el Allianz Arena entre el Bayern de Múnich y el Barça van de los 40 a los 150 euros. Los del partido de vuelta en el Camp Nou oscilan, en cambio, entre 91 y 359 euros. Las entradas para ver al Borussia de Dortmund contra el Real Madrid en la ciudad alemana cuestan 45 euros, la más barata, y 179, la más cara. En el Bernabéu, los precios fijados están entre 70 y 325 euros. En resumen, el fútbol del más alto nivel es muchísimo más caro en España que en Alemania, cuando estamos hartos de señalar las diferencias de poder adquisitivo entre las clases medias de la Europa del norte y las del área mediterránea.

¿Cómo se explica que el acceso a los estadios del deporte que crea pasiones en el mundo entero sea un producto popular en Alemania, Gran Bretaña y Holanda, y en cambio sea un espectáculo con precios prohibitivos en el país que presume de tener la mejor liga del planeta, los clubs más laureados del momento y la selección que es campeona del mundo y de Europa? Un país, por lo demás, que atraviesa una dolorosa crisis, con un paro del 26% y un consumo bajo mínimos. Dicho de otra forma, ¿quién puede ir al fútbol en la España del mileurismo?

En ninguna otra rama del espectáculo se dan las diferencias del fútbol. Por ejemplo, un concierto de rock de una gira de un artista internacional cuesta poco más o menos lo mismo en París, en Berlín o en Barcelona. Pero cuando se trata de pasar por taquilla para un partido de liga o de Champions, las diferencias son abismales. Es decir, el quid de la cuestión está en la estructura interna del fútbol español, en la enorme burbuja que a lo largo de los años se ha hecho con los disparatados presupuestos de los clubs. Porque el argumento de que aquí juegan Messi y Cristiano Ronaldo no vale: el fútbol es carísimo en Valencia, en Málaga y en Sevilla.

El lado positivo es que los licenciados que exportamos a Alemania como mano de obra barata tendrán más posibilidades de ver al Barça o al Madrid en aquel país gracias a la "movilidad exterior", que diría la ministra de Trabajo.