No nos engañemos. Que no nos engañen. El buen nombre de un país lo escriben, día a día, todos los ciudadanos que, calladamente, desempeñan su trabajo de forma eficiente, discreta y honrada, sin que nadie les vitoree y les aplauda por cumplir con su obligación y, por supuesto, sin recibir primas estratosféricas. Esos niños mimados que están jugando el Mundial de fútbol, además de unos honorarios desorbitados (ahí no llega la crisis), ¿necesitan que todo el país les anime? ¿Y que un montón de firmas comerciales les patrocinen? ¿Por qué? ¿Porque representan al país? Permítanme discrepar de la borrachera nacional.

Esos niñatos multimillonarios no me representan. No tienen nada en común conmigo. A mí me representan el resto de los españoles que, como yo, se esfuerzan cotidianamente en hacer su trabajo, que construyen la sólida armadura de este país y que pagan, con una parte sustanciosa de sus discretos salarios, los impuestos que permiten el bienestar social.

El día en que esas estrellas vengan a nuestros andamios, a nuestros campos de labor, a nuestras minas, a nuestras escuelas y a nuestras consultas a animarnos y a aplaudir nuestro trabajo, entonces me sentiré identificada con ellos y representada en ellos. El día en que las casas comerciales me regalen sus productos y me paguen por cantar las no siempre ciertas virtudes de sus marcas en lugar de subirme los precios para pagar carísimos modelos publicitarios, quizá me anime a probar algo de lo que venden.

Mientras tanto, permítanme una náusea por tanto empacho de la Roja y tanto falso patriotismo.

Francisca Gómez **

Correo electrónico