El acuerdo de principio alcanzado por los mandatarios de los ocho países más industrializados del mundo y Rusia, reunidos hasta hoy en la ciudad alemana de Heiligendamm, relativo a la reducción de gases de efecto invernadero mueve a la prudencia, cuando no al escepticismo, habida cuenta, en primer lugar, de la conocida oposición de Estados Unidos a comprometerse con cifras y plazos concretos en políticas medioambientales. De hecho, el punto de encuentro entre el presidente George W. Bush y los países europeos no incorpora otro dato que la voluntad genérica de haber reducido las emisiones un 50% en el año 2050, pero no aclara un aspecto fundamental para dar credibilidad a ese compromiso: qué año se toma como referencia para calcular ese porcentaje --Alemania quería que fuese 1990-- y se remite a un tratado que empezará a negociarse en diciembre en Bali, bajo los auspicios de la ONU, y que deberá estar listo en el 2009.

En gran medida, el acuerdo cerrado tiene todas las características de lo que el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy, describió antes de que empezara la negociación como lo que podía ser un fracaso de la misma. Un sentimiento que coincide con el de las organizaciones ecologistas y, a título individual, con el adelantado por el exvicepresidente de Estados Unidos y recientemente galardonado con el Príncipe de Asturias, Al Gore, que considera inútil cualquier acuerdo sobre la contaminación del planeta que no responda a estas cuatro preguntas: qué hacer cuando venza el protocolo de Kioto --2012--; qué año hay que tomar como referencia para determinar la reducción de gases; cómo se asignan las cuotas de reducción de emisiones para cada país; y cuál es el aumento medio máximo tolerable de la temperatura del planeta de aquí al año 2050.

Debe añadirse a estas carencias un asunto que no es menor: la oposición frontal de las cinco grandes economías emergentes --India, China, Brasil, México y Suráfrica, conocidas como G-5-- a comprometer y poner en tela de juicio su desarrollo económico en nombre de la salud medioambiental. Aunque se trata, sin duda, de un elemento de presión política para obtener contrapartidas económicas en foros internacionales como la Organización Mundial de Comercio y el Banco Mundial, es técnicamente imposible fijar objetivos a largo plazo sin la complicidad decidida de estos países. La razón es doble: son aquellos en los que más aumenta el consumo de combustibles fósiles, que producen los gases de efectos invernadero, y disponen de parques industriales con sistemas de protección del medioambiente inadecuados o inexistentes. Pero estos cinco países solo cambiarán de comportamiento si antes el G-8, incluidos Estados Unidos y Rusia, se dispone a luchar sin reservas contra la contaminación del aire, lo cual sigue, a pesar de los esfuerzos de los europeos, sin estar garantizado.