XAxsí solían nombrarle sus contemporáneos. Cien años van a cumplirse de la muerte de José María Gabriel y Galán, a los treinta y cuatro de su edad, en la localidad cacereña de Guijo de Granadilla. Se puede decir que la celebración de ese centenario (sí, porque tal cosa es susceptible de ser festejada) ha comenzado con la publicación del libro José María Gabriel y Galán. Su vida, su obra y su tiempo que ha editado la Editora Regional y ha escrito uno de los nietos del poeta, Jesús. Es una obra densa y detallista, de más de ochocientas páginas, algo que parece entrar en contradicción con una biografía que Gonzalo Hidalgo Bayal, en su imprescindible prólogo a Extremeñas (Diputación de Badajoz, 1991), definió, en su aspecto externo, como de "singular pobreza". Ya se dijo: el autor de El Cristu benditu murió demasiado joven como para que los azares de su vida dieran demasiado de sí.

A este grueso volumen habrá que añadir en un futuro casi inmediato otro que recogerá su poesía completa, debidamente corregida y anotada. Con ello, la Junta, su Consejería de Cultura, habrá hecho lo más importante: poner a disposición de los extremeños, y de todos los lectores, la vida y la obra de un poeta que en el acervo popular es mucho más que eso. Cualquier evento (como pomposamente se dice ahora) que se programe el próximo año, el del centenario, lo será por añadidura. Si de lo que se trata es de fijar en la memoria el nombre de un poeta, nada podrá sustituir en permanencia la edición de su biografía y, sobre todo, de sus poemas. Poco importa que una y otros, por voluntad expresa de sus legítimos herederos, pequen de exhaustivos. De cualquier poeta quedan, ya se sabe, apenas un puñado de versos y en esas pocas líneas está recogido, de paso, lo sustancial de su existencia.

No estará de más, por supuesto, que en su pueblo adoptivo, de la mano del Patronato de su Casa-Museo, se recuerde al poeta extremeño por excelencia, aunque nacido castellano en la provincia de Salamanca. Cien años después, Gabriel y Galán es mucho más que eso: es un mito que desborda lo meramente literario. O, como dirían los modernos, un icono cultural. Algo emblemático, diríamos también. Esta constatación es, a mi modo de ver, básica. Por eso, llegados a este punto, el de inicio, lo que debería conseguir el centenario es sacarlo de una vez por todas de esa utilización torticera, que participa a partes iguales de lo político y de lo literario, en la que le tienen encerrados desde tiempo inmemorial ciertos ideólogos regionalistas y algunos imitadores que con mucha dificultad podríamos calificar de escritores. El patronato, que reúne en su seno a cualificados especialistas, debería tomar la iniciativa para devolver a la sociedad extremeña la obra de un poeta popular en el más amplio y valioso sentido del término. Es preciso sacarlo de esa visión limitada y rancia en la que algunos, insisto, le tienen encerrado; de esas lecturas anacrónicas en los paseos provinciales; de esos congresillos rurales de irrespirable aire vetusto.

Una visión desprejuiciada, con amplitud de miras, neutralizaría el uso partidista y la utilización partidaria del vate del Guijo. Nada más fácil para despejar el panorama que someter su obra a relecturas más exigentes y novedosas: con la debida entidad. Aunque algunos prefieren no enterarse, hay otra manera de escribir en Extremadura que no por dejar de copiar al viejo poeta del 900 se debe considerar menos extremeña.

Su muerte temprana servirá, dijo su mentor y amigo, Unamuno, "para corroborar su gloria". Hasta ahora, así ha sido. En contra de algunos titulares periodísticos, difícilmente podrá la biografía de su nieto "desmitificar" al poeta. A todo lo contrario, a rodearlo aún más de "extraordinaria estima", está al cabo destinada. No en vano su protagonista sigue siendo carne de leyenda.

*Escritor