Lo de Galicia es una inmensa catástrofe internacional. Pero también es la historia de una monumental falta de reflejos en el momento de los hechos por parte de las autoridades, de un error de diagnóstico y, luego, de una inmensa pérdida de tiempo. Se optó por minimizar y hacer publicidad de que todo se resolvería bien en vez de aprovechar las tres semanas que había por delante hasta que todo el litoral gallego ha quedado damnificado. Ni se organizó bien ni se avitualló la actuación defensiva. Faltaban medios, sí. Pero no se tuvo el acierto ni de buscarlos ni de coordinar su uso. Y, luego, ante las críticas de la oposición, de las víctimas y de muchos expertos, se ha insultado a los gallegos y al sentido común diciendo que el lamento colectivo es un simple rifi-rafe artificial para desgastar al Gobierno.

Tras tantos errores de las administraciones, Aznar debería ir a Galicia. No el ciudadano o el líder del Partido Popular, sino el presidente del Gobierno. Que vaya, que vea y que haga cambiar el rumbo antes de que sea todavía a peor. Porque allí se necesita de todo: un nuevo marco para el tráfico marítimo por el corredor atlántico, ayudas económicas a todos los afectados (entre los cuales no sólo se encuentran pescadores y mariscadores) y, asimismo, que dé la cara quien debe darla.

Galicia --y el resto del país-- precisaban ya antes de la tragedia del Prestige otras cosas que tampoco pueden subordinarse a los sones triunfales de ese déficit cero que tan carísimo nos va a salir: remolcadores, barcos capaces de luchar contra la contaminación, contenedores preventivos, investigación sobre estos problemas y las políticas de recuperación de las costas... Galicia valía mucho, pero jugaba sin defensas.

Hay que ir por ahí, y no con caridades o clientelismos. Y se deben atender otros riesgos. Aparte del sanitario que surgirá de la desesperada recogida de fuel ayudándose con las manos y sin mascarillas idóneas, está creándose allí un clima propicio para la radicalización. Porque cuando la gente no se siente representada por quienes les gobiernan, engorda el espíritu antisistema. Y cuando no puede trabajar en oficios dignos, cae en las trampas de las mafias, como bien saben los narcos y los contrabandistas. Cuidado con esos riesgos. Una cosa es la tranquila Costa de la Muerte, donde muchos jóvenes ya han emigrado --es su modo de protestar--, y otra bien distinta las Rías Bajas. En Carril, A Illa de Arousa o Cangas do Morrazo sería peligrosísimo crear vacíos.

Nos hemos de volcar en apoyo a Galicia. Pero Galicia debe sacar conclusiones de su verdadera situación, mas allá de las propagandas y los silencios. Porque en este país tenemos muchas cosas aparentes que provocan adoraciones excesivas hasta que por una causa u otra se desnuda su realidad.