Muchos de los que ahora lloran, reniegan, insultan y se desgarran las camisetas no se acuerdan de las galletas Solsona, que eran «cuadraditas, nutritivas y deliciosas». La propaganda decía: «La galleta que se pide por su número: 222». A partir de ahora, la cifra ya no nos hablará de la galleta comestible sino del galletón en forma de bofetada financiera que ha hecho saltar la banca del fútbol mundial. Como dice Grégory Schneider en Libération, «un montaje financiero más oscuro que las raíces del monoteísmo».

Ante esta bestialidad fenomenal ha habido reacciones de todo tipo. Los hay que ya han comprado cabezas de cerdo en la charcutería de guardia, hay quienes han defendido el derecho de cualquiera a cobrar más (si te pagan más), hay quien ha despotricado del deporte que es ejemplo de negocio indecente y de culto al yo. Y también quienes se lo han tomado con filosofía. He leído un tuit que decía: «Cuando estoy muy triste, pienso en la gente que se acababa de comprar una camiseta de Neymar y me recupero».

Una de las reflexiones más acertadas (y críticas), la escribía Martín Caparrós. Hablaba de los miles de niños africanos (y léase aquí «pobres») que sueñan con ser ricos y famosos gracias al balón. «Gracias a esta esperanza inverosímil tragan y soportan lo indecible; para eso sirven, más que nada, los millones invertidos en Neymar». El fútbol como opio, por si alguien tenía alguna duda.

Pero he aquí que Neymar (o quien le asesore) tiene conciencia de que para mantener el estatus de estrella necesita lo que ahora llamamos un relato. Y ha escrito un texto de despedida en el que el asesor ha atravesado claramente la línea roja.

Haciendo caso a los clásicos (aquel Josep Lluís Núñez que en cierta ocasión dijo que Barcelona era una ciudad que llevaba el nombre del club), Neymar ha dicho ahora que el Barça es una nación que representa a Cataluña. ¡Venga, samba! ¡Viva la caipirinha! Esta es la perla, pero el discurso del adiós quiere ser el de un pobre licenciado en mecánica cuántica que por fin encuentra un trabajo como camarero en una terraza de Playa de Aro.

Una cosa es que nos guste el fútbol (y todavía nos gusta, a pesar de todo lo que pasa) y otra bien distinta es que nos tomen por imbéciles. Venga ya.

*Periodista