Alguien ha dicho que la gloria de García Lorca está en sus obras y no en su tumba. Lo subrayo. Viene esto a colación porque la prensa, en estos días, señala los lugares en que podrían estar sus restos. Ian Gibson , al respecto, no ha estado muy fino a la hora de despejar tal incógnita, puesto que el sitio fijado por él ha resultado un fiasco. Pero a mí esto no me interesa, rehuyendo entrar en las hipótesis que se barajan. Porque me pasa lo mismo que con las tumbas, por ejemplo, de Einstein, Dante, Miguel Angel, Mozart o Cervantes , ya que lo auténticamente medular es, respectivamente, su Teoría de la relatividad, la Divina Comedia, Las bodas de Fígaro y el Quijote. Sentada esta premisa, lo primero que he hecho ante la acumulación de posibles fosas en que puedan estar los restos de Lorca, es tomar sus obras y leerlas ahora con más ganas que nunca. Y es que una sola metáfora de su Romancero gitano es un universo de belleza incontaminada, y uno solo de sus romances destila pueblo y sangre de tierra andaluza en que sacraliza a los gitanos como nunca antes se había hecho, verbalizando, en otros, los más hondos sentimientos, desde el primer verso del poema hasta el último. Podrá haber poetas de mayor calado técnico, pero que nos hagan palpitar llegándonos al corazón hay pocos que le aventajen- Por eso me da lo mismo que sus restos estén junto a un olivo, en un barranco, o cabe las raíces de un limonero, entre Víznar y Alfacar-

Ya está bien, pues, de hablar del horror que mordió su alma, al rayar el alba, caminando entre fusiles . Porque si hay que remover heridas, prefiero leer Bodas de sangre , o la elegía, Llanto por Ignacio Sánchez Mejías ; o si hay que asomarnos a la tragedia, elijo gozar con La casa de Bernarda Alba ; o si hablar de panoramas ciegos y paisajes con tumbas, me acercaré a su Poeta en Nueva York que me alzará a ese alto podio en que Lorca se encuentra desde aquella madrugada con estrellas en que lo mataron bajo faros amarillos . Porque, insisto, este icono de la literatura universal se refleja en sus obras, que no se dobla al viento de modas políticas y caprichos coyunturales, siendo su cima más auténtica y su cumbre más épica cuanto más admiradores tengan sus dramas, fantasías y silencios amargos- Dicho todo esto, no vea el lector un subliminal mentís a la Ley de la Memoria Histórica, desde la que es lícito practicar exhumaciones, si se hace con rigor y la anuencia de los familiares.