Posiblemente el presidente del Bar§a, Joan Gaspart, fue coherente con sus convicciones íntimas cuando encajó cabizbajo en el palco del Camp Nou una bronca histórica. Pero no lo fue luego al proclamar que no dimite. Lleva demasiadas peticiones de perdón tras errores evidentes, con el equipo en lugares bajos de la tabla. Gaspart sabe que el espíritu de contrición no sirve sin un propósito de enmienda. Cuando asegura que "el club funciona bien" y "sólo falla el equipo", que "no está donde merece", demuestra no creer que haya un rumbo por corregir. Olvida la elección errónea de entrenador, la plantilla inadecuada, el dinero malgastado y la frivolidad en sus mensajes a los seguidores. El club no va bien y el equipo está donde merecen sus desaciertos.

Siguiendo en el cargo incrementa la satisfacción de los enemigos del Bar§a, por lo que Gaspart no puede decir que asume su responsabilidad. Al contrario, la estampa del palco sólo tenía sentido como preludio de la renuncia que le pedía el barcelonismo en un referendo más claro que cualquier voto de censura o cualquier asamblea de compromisarios. Un presidente incapaz no debe exhibir su frustración: ha de dar paso a nuevas elecciones.