He pasado el fin de semana entretenido en repasar el mapa de la corrupción en España que tan amablemente han trazado los principales periódicos con los datos de los últimos escándalos de los que hemos tenido noticia. No es casualidad que entre los grandes temas que monopolizan el debate político emerja ahora con fuerza este asunto, justo en las vísperas de las elecciones municipales y autonómicas. Un vistazo rápido nos permite concluir que la corrupción no sabe de color político ni depende del tamaño del municipio ni de su ubicación. La unidad de España en esta materia está garantizada. Encontramos corrupción de todos los colores y en todos los lugares, aunque de tal constatación no pueda extraerse la peligrosa conclusión de que todos los políticos son corruptos o de que todos los municipios han vendido su alma al diablo. La mayoría, por fortuna, no. Tampoco percibimos idéntica reacción en las formaciones políticas a la hora de aislar a los ladrones. Unos optan por la actuación rápida cuando las evidencias son monumentales, mientras otros se escudan en la presunción de inocencia y en la lenta acción de la justicia para posponer decisiones.

XEL PROBLEMAx de la corrupción de los políticos es un gran problema. Pero el verdadero problema de la corrupción es que se ha hecho permeable y se contagia con suma facilidad. La fiebre constructora que hemos vivido en los últimos años, animada por un dinero barato, por una oferta desmesurada y por una realidad evidente, la de una generación que necesita como todas una casa en la que vivir, ha generado un caldo de cultivo ideal en el que los corruptos han visto la oportunidad de hacer negocio. Esa dinámica ha pulverizado grandes verdades económicas: la primera, que una oferta por encima de la demanda hace bajar los precios. Aquí se ha construido en los últimos años por encima de las necesidades reales y sin embargo los precios no han parado de crecer. Pero sobre todo, ha extendido la sensación de que aquí todo el mundo puede pillar, o cuando menos, de que las cosas son así y si quieres las tomas y si no las dejas. Salvo que uno sea extraterrestre tendrá en su biografía sustanciosas anécdotas vitales relacionadas con el pago o el cobro de viviendas en dinero negro, con notarios que sólo aparecen en la firma de las escrituras cuando el apaño está consumado, con vecinos que han vendido viviendas de protección oficial a precio libre, camuflando parte de la operación en dinero B y con amigos que sueñan con la recalificación del pequeño terreno que les dejó el abuelo. Lo de pagar facturas sin IVA para ahorrarse unos euros se ha convertido ya por comparación en un ingenuo juego de niños. Ahora de lo que se trata es de especular a lo grande, y ya que al personal le han sacado hasta el tuétano en la compra de su vivienda, todo el mundo se siente con derecho a hacer lo propio cuando la vida le cambia los papeles y le transforma de comprador en vendedor.

Siempre he pensado que si el machismo no es genético, se ha terminado genetizando. Con la especulación me sucede lo mismo. El "me he comprado una casa por 300.000 euros pero ya vale 500.000" es el paradigma del pequeño especulador que todos llevamos dentro. Confío en que los corruptos sean identificados, aislados y castigados como merecen. Pero cuando hayamos acabado con ese problema, si es que algún día lo conseguimos, nos queda otra tarea pendiente, la de erradicar ese gen especulador que se ha instalado en nuestro cuerpo.

*Periodista