TAt mí también me hubiera gustado en mi época de estudiante haber tenido un Fin de Curso como el que dirigió Jesús Ortega , bailaor, el pasado día 30 de septiembre en el Teatro López de Ayala. Aunque nunca me haya aplicado en esta disciplina. Niñas, mujeres, hombres... alumnos de su Centro de Arte Flamenco que con poca experiencia subieron con muchas ganas, al escenario de los profesionales.

Supe que era un Fin de Curso porque así me lo explico el propio Jesús, aunque yo no vi eso. Yo vi la creatividad del que desde los años de esfuerzo se esforzó al máximo, entre bambalinas, para que esa noche el aplauso se lo llevaran otros. Le pregunté en una ocasión, si no le daba miedo enseñar todo lo que sabe y 'despojarse' de los trucos, los guiños adquiridos, de ese brillo al final del túnel que se descubre, con más o menos luz tras tantos años en lo mismo. Me dijo que no. Que él enseñaba sus propias posturas, sus nuevos espectáculos. Que lo daba todo. La generosidad es la virtud de los valientes. La actitud del que sabe que el camino se hace andando, el don de las buenas personas.

Jesús Ortega destila eso cada vez que se sube a un escenario y se comprueba cada vez que se baja. El Centro de Flamenco y Danza que él dirige, al igual que ocurrirá en otros, es el caldo de cultivo de los sueños: para futuros profesionales, para los que alimentan el espíritu, para los que huyen de la monotonía, para los que quieren descubrir, para los que sienten.

Sobre el escenario, estudiantes, algunos profesionales y nervios. Entre el público, entusiastas que supieron jalear cada número en su justa medida y guardar silencio. Lo justo, para que los que empiezan sintieran calor, en el frío de la incertidumbre. Por eso, a mi juicio, no cabe pedir silencio desde el escenario. La mejor manera para ganarse el respeto, como en cualquier ámbito de la vida, es dándolo. En esta ocasión, con un buen espectáculo. Con una buena noche. Enhorabuena.

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