Filólogo

El Papa condena con brío la industria farmacéutica mundial porque no rebaja el precio de las medicinas para acabar con el sida que mata diariamente en Africa a cientos de adultos y puebla el continente de miles de niños huérfanos. Con el Papa estamos romanos y gentiles, porque la causa es de todos y la epidemia es inmisericorde para los que no esperan misericordia del cielo. Este capitalismo exterminador y este liberalismo a ultranza se olvida de la gente y sólo le preocupa el aumento desmesurado de los beneficios y estar en los primeros puestos empresariales, tal como manda el dogma del capital.

Ese brío del Papa mengua cuando se empecina en que no han de utilizarse preservativos para parar la pandemia, porque el único modo de pararla y de que cientos de niños no mueran de orfandad y reproduzcan sine die la misma, es la castidad.

Integrismos los hay por todas partes: el integrismo del dinero es incapaz de escuchar una voz que le ponga en cuestión. La ahoga como sea. Incluso con dinero. El integrismo de la religión no escucha a nadie, ahoga la voz que le ponga en cuestión. La ahoga como sea. Incluso con religión.

Es sorprendente la fascinación que parecen tener las ideas ininteligibles y oscuras y la fuerza que tiene el engreimiento, contra el cual, hasta los dioses actúan en vano. No es fácil luchar contra los integrismos, porque se basan fundamentalmente en la apuesta a cualquier precio por la fe en detrimento de la razón, en este caso, en preferir que mueran miles de personas, siempre que mueran castas y puras a que vivan gracias a la acción preventiva de una goma de látex.

Fuera de la plaza de San Pedro, los gentiles e infieles ven este dogma tan duro, cruel y bárbaro como el condenado por el Sumo Pontífice, acertada y resueltamente, al llamar genocidas a los avaros capitalistas. "Mutato nomine, de te fabulla narratur", podríamos decirle, con respeto, pero también con brío.