TLtos socialistas estamos entusiasmados por la experiencia de poder consultar con nuestros militantes quiénes consideramos los candidatos más adecuados para encabezar las listas electorales a la presidencia de las comunidades autónomas y a la alcaldía de algunas ciudades.

Qué duda cabe que a mí me hubiera gustado que esta consulta se hiciese extensiva al resto de la ciudadanía. Y lo digo por todo aquello que he podido detectar en los últimos 15 días como miembro del equipo de Fernando Solís.

Por todos los rincones donde nos hemos acercado hemos escuchado palabras de ánimo y de fuerza para continuar. En todas las asociaciones de vecinos con las que hemos contactado y convivido hemos recogido sugerencias y expresiones de gratitud por el ofrecimiento a trabajar juntos.

Desde los medios de comunicación y en las redes sociales nos ha inundado de palabras de muchos ciudadanos que trataban de identificarse con nosotros.

Y es aquí donde quería llegar. Asistimos a una época donde a los partidos se les intenta enfrentar, dispersar, atacar, vilipendiar con el objetivo de mimetizar en el comportamiento de unos pocos al conjunto. Estamos ante unas organizaciones donde por defecto se ha trasladado a la opinión pública que tienen más cosas que les separan que elementos que les agrupen: por ejemplo la presión de los lobbies, la influencia de las familias, los enfrentamientos personales, las afinidades legítimas por la preferencia individual, muy lejana la mayoría de las ocasiones de la ideológica.

Sin embargo, con el equipo que rodea a Fernando Solís, con su entorno, con la presencia de todos aquellos que nos ayudan a mejorar el proyecto, he comprendido que estamos precisamente en lo que siempre se ha buscado: la gente corriente.

Los militantes de un partido hemos decidido asumir un compromiso vinculado a unas siglas, a una historia, a una ideología que nos hace volcarnos en la consecución de una primera finalidad impresa como en un frontispicio, pero que hay que pasarla a hacerla real: mejorar las condiciones de vida de los que nos rodean. Pero, no es menos cierto que somos una minoría dentro del enjambre de una población, en nuestro caso Cáceres. Por eso necesitamos diluirnos con la gente. Hacer nuestros sus problemas, sus alegrías, sus preocupaciones. Y no podemos hacerlo si no nos ven como ellos. Somos gente de la calle, con la que puedes conversar, tomar un refresco, salir a hacer deporte o asitir a un acto social sin pretensión de distanciamiento.

Son nuevos tiempos, en efecto. Es la hora de la gente normal.