WLw a crisis de Georgia, que se arrastra desde la cumbre de la OTAN en Bucarest, en el último mes de abril, suscita fuertes discrepancias entre los 27 Estados de la Unión Europea (UE), según se desprende de las declaraciones y las maniobras entre bastidores que precedieron al Consejo Europeo de emergencia celebrado ayer en Bruselas para tratar este asunto con carácter monográfico. Entre los partidarios del apaciguamiento y el diálogo se hallan Francia, Italia, España, Luxemburgo, Bélgica e incluso Alemania --pese a la división existente entre la canciller Merkel y sus socios de la gran coalición. Todos ellos tienen en común el propugnar una mayor integración europea. En el otro lado, es decir entre los abogados de la mano dura contra los rusos, aparecen Reino Unido, Suecia, Polonia y algunos otros países rescatados del que fuera bloque soviético, reticentes ante una Europa cada día más unida. Con algún matiz, esa fractura reproduce la que en 2003, en vísperas de la guerra contra Irak, separó a la vieja de la nueva Europa, según la dicotomía de Washington.

Ante esta división, la diplomacia francesa encontró una fórmula para salvar la cara. Además de ayudar a Georgia, la UE condenó "la desproporcionada reacción" del Kremlin, advirtió que permanecerá vigilante a los acontecimientos y a los comportamientos de Moscú y condicionó su actitud hacia Rusia al respeto de las leyes internacionales. Pero --y aquí viene el matiz-- descartó las sanciones e incluso la congelación de relaciones, que era lo que pretendían los más impetuosos.

La decisión de preservar un diálogo exigente no se debe sólo a que Rusia sea el primer proveedor energético de la Unión Europea; también se debe a su condición de interlocutor imprescindible para la estabilidad en el continente. Los vínculos con Rusia, empero, solo pueden fundarse en el respeto mutuo, la aplicación de la ley internacional y el ideal democrático, valores que integran el acervo irrenunciable de la UE.

En estas condiciones, poco pueden hacer EE UU y Europa para ayudar a Georgia en el terreno geopolítico, salvo otorgarle una generosa ayuda económica. No está en sus manos librarla de la fatalidad estratégica. Durante estos 20 años, Rusia estuvo humillada y la OTAN avanzó sus peones en una operación cuyo sentido y justificación discuten hoy los estrategas a ambos lados del Atlántico. Ese período histórico parece irremediablemente superado porque Rusia vuelve a la escena del mundo, como dice su ministro de Exteriores, y debe ser tratada como un Estado respetable y responsable. Europa deberá adaptarse a la situación mediante una nueva política energética que la libere de Moscú y otra de defensa que la distinga de Washington. Casi un imposible.