Vaya pandilla de sinvergüenzas! Con tanto ladrón en la política no queda un céntimo para construir residencias públicas», exclama la abuela de tu amiga Laura cuando ve en la tele un reportaje que trata sobre la corrupción en España.

La anciana mujer va por los noventa años y su lucidez te asombra.

Es la hora de la cena y está sentada a una mesa del comedor de la residencia geriátrica donde vive, tomando con desgana una sopa de arroz.

Tu amiga Laura suele visitarla una vez a la semana. Hoy la has acompañado porque no tenías otra cosa mejor que hacer.

«Dinero hay, vamos que si hay. Lo que pasa es que se lo están llevando a espuertas esos cuatro vividores que se meten en política para hacerse ricos en dos días», prosigue la anciana. Y tú te ríes, porque le da a sus palabras cierta connotación cómica, como quien dice algo gracioso sin querer.

Y luego relata que ella vive en la residencia porque no quiere darle la lata a la madre de Laura ni a sus otras dos hijas. «Laurita, cielo, donde mejor estamos los viejos es en una residencia, que no es plan eso de tener a las hijas de esclavas de los padres. Además, tampoco es nada agradable estar botando como una pelota, cada cuatro meses, de la casa de una hija a la de la siguiente. Año tras año. Antes se hacía porque la mujer no solía trabajar y los matrimonios cargaban con los viejos para que los cuidara la hija o la nuera. Pero ahora lo mejor para un anciano es vivir en una residencia, rodeado de sus coetáneos, contándose sus chascarrillos de juventud. Eso sí, sin ser olvidados, que a una sí que le gusta recibir visitas de la familia».

La anciana mujer saborea la última cucharada de un yogur y se levanta de su silla con la ayuda de Laura.

Toma su bastón y se echa a andar despacio apoyándose en él. «Claro que una residencia privada como esta no la paga cualquiera. Hay que tener una buena pensión. Así que algunos viejos con pensiones bajas malviven con su familia, bien porque ésta tiene pocos recursos o porque no son bienvenidos», termina diciendo.

Y tú te acuerdas de tu tío Paco, que siempre está quejicoso los tres meses que a su suegra le toca vivir en su casa.