Traspasamos la frontera de los años y este mundo globalizado se muestra incapaz de gestionar la convivencia como un terreno de tolerancia en el que quepamos todos, y lo hagamos desde la fórmula de la paz y el respeto a la dignidad de las personas. Demasiados conflictos asolan este milenio, como parte del devenir de territorios enfangados en confrontaciones desde hace años. De este mundo globalizado se esperaba una capacidad de traspasar fronteras, con el objetivo de cohesionar paz y convivencia. Pero esto no ha resultado todo. En cambio, sí ha servido para crear un espacio de mercado capaz de traspasar todo tipo de productos, pero que desequilibra cuando se trata de armonizar condiciones laborales, sociales y medioambientales.

Gestionar la convivencia entre territorios y países requiere, necesariamente, de la capacidad de diálogo y de entendimiento de sus propias normas. Porque no vale esgrimir el predominio de territorios, frente a la demanda de los derechos de los ciudadanos. Ha sido la fórmula de este mundo globalizado la que nos ha dado la excusa para saltarnos aquellos desafíos que teníamos entre todos de concurrir en igualdad a los valores de una Humanidad, que se describe entre civilizada y fanatizada. Capaz de lanzar todo tipo de avances, pero sentirse minúscula cuando se refiere a rescatar de los grandes desastres a gran parte de su población. Es como las mil caras de un mundo que no se equilibra entre territorios. Y lo hace por el desafío de una economía que todo lo envuelve, menos el desarrollo real de los Derechos Humanos. Porque la convivencia no puede ser nunca un ejercicio impostado, básicamente tiene que estar estructurada en torno al concepto de justicia y de respeto al diferente. Convivir es, sobre todo, un ejercicio de empatía hacia el otro. De lo contrario, se observan situaciones de violencia que cada día genera nuestra sociedad, bajo la columna fronteriza. Con la premisa de no tolerar al diferente, al que piensa distinto, o al que postula ideas divergentes. Cuestiones todas estas a las que a estas alturas poco comprendemos, cuando se supone que la sociedad se ha abierto y se ha democratizado en relación a todo lo que del pasado nos venía, o se nos daba impuesto. La mundialización de los Derechos Humanos fue la fórmula diseñada del consenso mundial para lograr unos principios de convivencia, basados en el respeto a la condición humana. Que con el paso del tiempo fue beneficioso para ir depurando conflictos, pero que el tacticismo de los intereses de países poderosos fue dando lugar a espacios, o terrenos abonados a esos conflictos latentes. Ahora, aunque persistan conflictos, estos no siempre se declaran, y el terrorismo ha pasado a ser el arma de un preconflicto que sume a muchos países en guardia, frente a enemigos externos o internos. Parecen haberse cambiado las normas de convivencia por normas de resistencia, de ahí que en muchas sociedades, el marco de la tolerancia se vea suspendido por el del miedo.

A pesar de todo ello, la convivencia entre personas y países constituye el mayor de los logros de cualquier sociedad. La convivencia no tributa, ni puede supeditarse a intercambios comerciales, o a hipótesis de predominio de unos ciudadanos sobre otros. Se acepta y se reconoce como fórmula de generar un modelo de sociedad en la que caben todos o, de lo contrario, ante esa falta de empatía nos situaremos en un modelo de convivencia en la que el estar tiene más que ver con exigencias legales, que también, que con el verdadero sentido de la sociabilidad, que no es otro que el hacer de un territorio un continente o una familia la aceptación del otro, por el sentido del devenir del ser humano en sus diferencias, sus derechos, sus obligaciones y, sobre todo, sus individualidades.

Esperemos que este nuevo año que comienza tengamos la capacidad y la habilidad para hacer del mismo el escenario de la convivencia, que es la clave idónea para fortificar a cualquier sociedad frente al ejercicio de la intolerancia, y la mayor garantía a futuro del respeto a los Derechos Humanos, como base de la convicción humana más sincera.